sábado, 11 de abril de 2009

Quiero tirar al pozo...




Quiero tirar al pozo...

Todos aquellos momentos desaprovechados cegados por emociones paralizadoras que hacen desafortunados algunos instantes.

Mi indecisión, mi incomprensión, mi confusión.

Mis lamentos por recuerdos pasados que hubiera preferido no vivir pero que tengo que asumir como propios porque he de aprender de esos errores. Todo tiene una razón de ser y tras cualquier acto hay una lección a aprender. Mi reto ahora es descubrir la que se esconde en él.

Mis pobres recuerdos infantiles porque envidio poder haberme enriquecido con ellos si hubieran sido más ricos.

Las injusticias, las infelicidades, las desdichas, todo aquel infortunio que acontece tan cercano a mi y que sufren aquellos a los que quiero.

Los malditos celos, la envidia insana, la búsqueda de un poder no merecido.

Y finalmente quiero tirar también al pozo todo aquello que me hace ser menos persona, que muestra mis flaquezas, mis debilidades, porque quiero crecer interiormente y esas mediocridades no me lo permiten.

viernes, 10 de abril de 2009

Abre los ojos a tu intuición




La intuición...Un gran recurso que podría salvarnos la vida.

Tenemos en nuestro poder un gran potencial, todavía no manchado con defectos de nuestro mundo. Es natural como un bebé y nos preserva en un primer momento de aquello que podría ser nocivo para nuestra integridad.

Pero,... ¿por qué no la atendemos?, ¿por qué no le prestamos atención?.

Se halla libre de todo juicio al tiempo que unida a nuestras predicciones, aquellas que a menudo esbozamos en silencio tras confirmar una noticia que ya suponíamos.

A pesar de estar formada por lo mejor, seguimos sin darle adecuado crédito.

Es rápida y no se halla teñida con mecanismos de defensa que protegen nuestro indefenso yo. ¡Qué curiosidad! Las defensas protegen al yo privándole de la única posible y real: la intuición.

Uno de los mecanismos para defender nuestro estimable Yo es la negación de una realidad. Si ese hecho llegara a nuestra conciencia tal y como ha sido presentido, probablemente nos llenaría de angustia o desasosiego.
Y precisamente la justificación de la actuación de la negación es impedir que cualquier realidad sea mal vivida para el ser humano.

La gran virtud de la intuición es justamente que surge previa al proceso de enmascaramiento de la realidad. No se saca ningún provecho con ella a pesar del gran beneficio que podría reportarte si te acostumbraras a percibir sus señales o indicaciones.

La intuición ayuda al ser humano a captar una situación, hecho o persona que podría resultar peligrosa. A menudo el miedo a que nuestra intuición tenga una justificada realidad nos hace bloquearla, negarla obstaculizando su reflexión.

A menudo nos engañamos tratando de justificar conductas que viéndolas en otros no consentiríamos y sin embargo las obviamos por amor o dependencia.

Muchas mujeres que sufren maltrato podían haber predicho ese destino si hubieran atendido las señales que le mostraba el agresor; pero en vez de ello prefirieron engañarse justificando esos actos absurdos, poco corrientes que él mostraba y así como por acto de un filtraje hacer sobresalir sólo los pocos instantes agradables.

Cuando por fin despertaron de la farsa vivida, el destino ya era inevitable a pesar de los medios impuestos.
La intuición las hubiera salvado, si la hubieran escuchado.

Nuestros sentidos no nos engañan y muchas veces ese escalofrío que recorre nuestro cuerpo ante la mirada de un extraño tiene algo de realidad.

Volvámonos más perceptivos, más intuitivos y no toleremos más humillaciones ni acosamientos.

Una conducta de celos no simboliza que te quiere tanto que no puede vivir sin ti; tras ella hay una falta de confianza en uno mismo y también una necesidad de manipulación en el otro.

Tengamos en cuenta las señales que intuimos y anticipemos el ¡Basta! antes de que sea demasiado tarde.

miércoles, 8 de abril de 2009

Recordando a mi abuela




María cumplirá 90 años en noviembre. Su marido falleció cuando estaba en la cuarentena y sus amigas de juego y ocio fueron poco a poco, una a una, invitadas por la temida sombra de la muerte para traspasar al otro lado del umbral. Lleva años sola con la única compañía de las llamadas telefónicas de su hijo y las visitas diarias de su hija y, por supuesto, el fantasma de su pasado, de recuerdos vividos en un período que se siente demasiado lejano.

Cansada de vivir pero temerosa de morir se enfrenta a diario con su lucha por sobrevivir, por aferrarse a cumplir más años cuando su cuerpo se muestra demasiado oxidado para recibir los estímulos vitales.
Sus ojos envejecidos se han vuelto casi inservibles quizás una operación podría reavivarlos pero...¡ con casi 90 años ¡
Sus oídos hace años dejaron de funcionar sin audífono pero ese aparato es tan incómodo que es preferible a menudo no escuchar lo que el mundo nos aporta y resguardarse en los propios recuerdos vividos.
Los huesos, ¡eso es lo peor!, están desgastados y provocan un necesario y continuo sostén en un bastón. Las piernas se muestran enlentecidas y débiles a pesar de seguir conservando su belleza natural. María siempre tuvo unas hermosas piernas, sin varices, sin celulitis, con una esbeltez casi perfecta.

Ahora todo el engranaje de su cuerpo parece falto de aceite pero su cabeza sigue lúcida para contemplar el acercamiento a la muerte, el final de su paso por la Tierra y, ... todavía sigue temiendo ese final.

Recuerdo cuando nos cuidabas a mi hermana y a mi, cuando te peleabas con mi madre por ese orgullo que todavía hoy, a pesar de cómo tienes que verte, sigues padeciendo; sigo viéndote en la calle Enamorados con tu entrañable amiga Mari, compañera de tardes de juegos, viuda también, que pereció de la noche a la mañana muchos años atrás.

Todos aquellos que formaban parte de tu historia se han ido antes que tú y sigues expectante contemplando sus desapariciones mientras esperas con poco anhelo y muchísimo miedo tu propia muerte.
Pero, querida abuela, ella quizás no llega todavía porque espera que la acojas con tranquilidad y sosiego, porque quiere darte más tiempo para que confíes en su destino y te dejes llevar.

Como María muchas personas se encuentran en la etapa final de la vida que llamamos vejez. En esa etapa vida y muerte se entrecruzan y el destino final parece cuestión de loterías aunque irremediablemente el tiempo avanza y los años hacen mella en nuestras cansadas vestimentas.
El colectivo “viejos” es el más marginado aunque se piense lo contrario; ellos ya han vivido su parte de historia y el resto de la humanidad los segregamos porque apenas pueden valerse por sí mismos y no entendemos porque Dios los sigue dejando vivir. Su vida ha quedado atascada, completada, pero sin embargo el dedo final que apunta el destino de cada cual todavía no los señala y los deja, quizás para ¿humanizar la ya deshumanizada Humanidad?

Algún día María probablemente yo también envejeceré y sentiré esa soledad correr por mis poco nutridas venas y entenderé tu mirada lejana contemplando nuestros propios escenarios. Y en ese momento maldeciré el día en que te tuve tan cerca y no supe decirte gracias por haber sido mi querida abuela.