
María cumplirá 90 años en noviembre. Su marido falleció cuando estaba en la cuarentena y sus amigas de juego y ocio fueron poco a poco, una a una, invitadas por la temida sombra de la muerte para traspasar al otro lado del umbral. Lleva años sola con la única compañía de las llamadas telefónicas de su hijo y las visitas diarias de su hija y, por supuesto, el fantasma de su pasado, de recuerdos vividos en un período que se siente demasiado lejano.
Cansada de vivir pero temerosa de morir se enfrenta a diario con su lucha por sobrevivir, por aferrarse a cumplir más años cuando su cuerpo se muestra demasiado oxidado para recibir los estímulos vitales.
Sus ojos envejecidos se han vuelto casi inservibles quizás una operación podría reavivarlos pero...¡ con casi 90 años ¡
Sus oídos hace años dejaron de funcionar sin audífono pero ese aparato es tan incómodo que es preferible a menudo no escuchar lo que el mundo nos aporta y resguardarse en los propios recuerdos vividos.
Los huesos, ¡eso es lo peor!, están desgastados y provocan un necesario y continuo sostén en un bastón. Las piernas se muestran enlentecidas y débiles a pesar de seguir conservando su belleza natural. María siempre tuvo unas hermosas piernas, sin varices, sin celulitis, con una esbeltez casi perfecta.
Ahora todo el engranaje de su cuerpo parece falto de aceite pero su cabeza sigue lúcida para contemplar el acercamiento a la muerte, el final de su paso por la Tierra y, ... todavía sigue temiendo ese final.
Recuerdo cuando nos cuidabas a mi hermana y a mi, cuando te peleabas con mi madre por ese orgullo que todavía hoy, a pesar de cómo tienes que verte, sigues padeciendo; sigo viéndote en la calle Enamorados con tu entrañable amiga Mari, compañera de tardes de juegos, viuda también, que pereció de la noche a la mañana muchos años atrás.
Todos aquellos que formaban parte de tu historia se han ido antes que tú y sigues expectante contemplando sus desapariciones mientras esperas con poco anhelo y muchísimo miedo tu propia muerte.
Pero, querida abuela, ella quizás no llega todavía porque espera que la acojas con tranquilidad y sosiego, porque quiere darte más tiempo para que confíes en su destino y te dejes llevar.
Como María muchas personas se encuentran en la etapa final de la vida que llamamos vejez. En esa etapa vida y muerte se entrecruzan y el destino final parece cuestión de loterías aunque irremediablemente el tiempo avanza y los años hacen mella en nuestras cansadas vestimentas.
El colectivo “viejos” es el más marginado aunque se piense lo contrario; ellos ya han vivido su parte de historia y el resto de la humanidad los segregamos porque apenas pueden valerse por sí mismos y no entendemos porque Dios los sigue dejando vivir. Su vida ha quedado atascada, completada, pero sin embargo el dedo final que apunta el destino de cada cual todavía no los señala y los deja, quizás para ¿humanizar la ya deshumanizada Humanidad?
Algún día María probablemente yo también envejeceré y sentiré esa soledad correr por mis poco nutridas venas y entenderé tu mirada lejana contemplando nuestros propios escenarios. Y en ese momento maldeciré el día en que te tuve tan cerca y no supe decirte gracias por haber sido mi querida abuela.