miércoles, 17 de febrero de 2010

Autoconocimiento




Laura sentía que necesitaba resolver aquellos acertijos que día tras día se le presentaban. En el trabajo, sucumbía ante el temor de las interminables interacciones que se daban cita a diario en su despacho; en casa, perdía la motivación que en su día le llevó a interesarse por ampliar sus estudios; en la relación con sus hijos, le invadía una sensación de indefensión al ver reflejada en sí misma aquellas actitudes que tanto odiaba de su progenitora y, sin saber porqué, ella repetía esas mismas equivocaciones que antaño le alejaron de su madre. Con su marido, no se sentía mucho mejor; él llegaba de su trabajo bastante cansado y no parecía demasiado predispuesto a recibir de parte de Laura determinadas “memeces”, vocablo usado por Roberto para definir los problemas que a ella le parecían importantes y que tenían que ver con sus emociones…
Así estaban las cosas y, precisamente aquel lluvioso día del mes de febrero, Laura se planteaba si era conveniente o no acudir a un “loquero” como así los llamaba.
Sentada frente al teléfono revisaba aquellos tantos números dispuestos al azar que le acercaban de la visita con un especialista. Quizás pudiera entender tanto entresijo de confusión que apenas la dejaba vivir, pensaba.
Hacia años que Laura se definía a sí misma como una superviviente y, curiosamente ahora al recordarlo, se reía para sus adentros. Realmente poco tenia de superviviente, más bien se acercaría mejor denominarse “eternamente dormida”. Un superviviente es aquel que sobrevive a los conflictos, a los malestares, pero ella no estaba sobreviviendo, estaba aletargada, asustada de despertar a su conciencia, pero al mismo tiempo necesitada de salir de ese eterno dormitar.
Ensimismada en esos pensamientos, una voz le sorprendió al otro lado del aparato:
-Aquí la consulta de la Dra. Julia Humbert, ¿desea que le demos hora?
Y sin tiempo a decidir, Laura se encontró anotando en su agenda una cita para ese mismo día.

Horas más tarde, en la consulta de Julia, ésta se preparaba para la apretada agenda que le esperaba y repasando los nombres ya habituales, se percató de aquel nuevo, Laura Ibáñez, una primera visita.
“Cada vez más personas perdidas” pensó Julia.
Antes se encontraba con depresiones, ataques de ansiedad, fobias diversas… pero desde el inicio de este nuevo año, sólo le aparecían casos de gente pérdida, confundida, que luchaba entre lo que suponía el despertar para sus viejas y cerradas creencias y el estado cataléptico impuesto desde fuera por la sociedad que nos gobierna.
Cuando llegaban a la consulta esos seres se preguntaban de forma inconsciente si preferían tener su mente controlada o bien tomar las riendas de su vida y con ello asumir el poder que les corresponda.
Podría parecer fácil la decisión y de hecho así lo fue en su día para Julia pero no todas las personas disponían de la claridad de conciencia que sentía ella. Como decía un buen amigo “Prefiero que me llamen loco y estar despierto que seguir dormido pero ser considerado normal”.

Laura llegó unos minutos antes a la cita, se encontraba nerviosa, no sabía muy bien porqué. Su marido la había llamado hacia apenas media hora y ella había obviado, conscientemente, comentarle lo de su cita. Probablemente no lo hizo porque él jamás lo entendería. Para Roberto, la vida era apasionante: futbol, televisión, partida de tenis, negocios, viajes y cuando se dejaba ver por casa, por supuesto, nada de ruidos que dificultaran su “relajada” existencia. Así estaba la pobre Laura que tenia que lidiar ella solita con esa pareja de hijos tan maleducados que les había tocado sufrir, manteniendo la falsa armonía bajo control para no desestabilizar el caparazón familiar.
Víctima de un trabajo funcionarial que la aburría horrores, casada con un hombre al que no amaba ni apenas soportaba, madre de unos niños desapegados pero cruelmente caprichosos, a los que nunca había sabido educar, posiblemente invadida por un sentimiento de culpa generado por su carencia de afecto hacia ellos.
Víctima sí pero también indefensa, sin armas con las que enfrentarse a su vida ni un segundo más.

-Buenas tardes, Laura. Mi nombre es Julia y voy a ser tu terapeuta. Me gustaría que una vez acomodada trates de contarme de la forma más clara posible, qué te ha llevado hasta aquí. ¿Qué te preocupa, Laura?

Laura miró aquel rostro angelical que tanta paz le trajo repentinamente a su inquieto espíritu.
El silencio no incomodó a ninguna de las mujeres. Laura saboreaba la sensación y Julia sabia tolerar esos espacios de reflexión.

-Vivo dentro de un caos y no sé cómo salir de él – dijo Laura rompiendo así la calma que invadía aquella sala.

Con estas primeras palabras, nuestra protagonista inició una relación transferencial que la llevó a conocerse a sí misma, pasando por muy duros momentos en los que a punto estuvo de no volver a visitarse. Cada sesión era un conocimiento más profundo de su ser, con ello, reconocerse a veces débil, otras veces ruin, otras frustrada. Pero todos y cada uno de esos sentimientos, todas esas emociones sentidas en algún momento formaban parte de ella y no por eso debía menospreciarse.

Aprendió mucho de esas sesiones pero lo más importante es que llegó a conocerse a sí misma, lo que le ofreció la oportunidad de romper las cadenas que le ataban a lo ingrávido, a lo paralizante. Despertó a lo genuino, a su conciencia, a su sabiduría y con su despertar, ayudó a otros que seguían dormidos.