jueves, 11 de agosto de 2011

Ellos




Aquella pareja de ancianos permanecía sentada en el sofá, con la televisión encendida y las manos entrelazadas. Sus miradas vacías surcaban un pasado ya recorrido sin apenas lamentarse de lo vivido.
Llevaban más de 50 años juntos y seguían queriéndose como el primer día, o eso les parecía. Se habían acostumbrado tanto uno al otro, que cuando uno falleciera, el otro sentiría la oscuridad de la muerte por compañera.

Pensaban equivocadamente que su existencia se había completado: se enamoraron, se casaron, viajaron mientras se sintieron con fuerzas, tuvieron hijos, los cuales les dieron nietos que a su vez tuvieron bisnietos, cuidaron de sus padres, trabajaron hasta que tuvieron edad de jubilarse y celebraron esos cincuenta años de convivencia con sus mejores galas.

Tras aquello, enfermedades, médicos, entierros, cansancio, dolor y una espera jamás deseada de dejar este sufrimiento para morar en lo desconocido.

Ella penetró en primer lugar en el reino de la quimioterapia, con sus engañosas promesas de salvación y con un contrato indefinido.
El silencioso sufrimiento de él y su mimetismo por la causa de su amada, le llevarían a él a vincularse también a los tratamientos oncológicos, como si dos ancianos no tuvieran derecho simplemente a vivir el resto de sus días tranquilos.

Menuda palabra: ¡tranquilidad! Ellos jamás se habían sentido así.

Cuando no se preocuparon por llegar a fin de mes, lo hicieron por sus hijos o por sus padres, o por aquel nieto que estaba de viaje o para que el contrato laboral de su yerno pasara de temporal a indefinido.

Así ha sido su vida realmente y ahora que probablemente creían haber aprendido la lección de vivir el presente, de ocuparse de las cosas sólo cuando fuera necesario para dar con la solución, el tiempo transcurrió.

¿Y ese fabuloso viaje a Paris? O ¿y aquel finde a Madrid en AVE? ¿Para cuando?
Siempre anteponíais a otros, os conformabais con imaginaros en un futuro realizando esos viajes.
El próximo año, cuando pase la revisión, …total para encontraros ahora frente a una pantalla de televisión encendida lamentándoos por lo que os está sucediendo, cuestionando si la enfermedad ha sido o no merecida dentro de vuestra creencia cristiana, entrando como única alternativa posible, de nuevo, una vez más, en la rueda de la quimioterapia.
¿No hemos aprendido nada en estos años? ¿No os sirvió el aviso de ella para cambiar vuestro pensamiento?


Estamos programados para temer la muerte, salirnos de la rutina, separarnos de los únicos seres que creemos querer.

No percibimos más allá y en la vejez nos sentimos abocados a la indefensión y al sufrimiento por la espera. Vivimos sin vivir, sin sentir pasar los días, sin ilusión siquiera pero aferrados a una vida sin vida.


Aquella pareja de ancianos se había dormido frente a la pantalla de su televisor. Un día más, esperando y temiendo, pero aferrándose a un cuerpo cada vez más deteriorado, no por el paso del tiempo sino por creer antes en la salvación del sistema sanitario que en la autosanación.