domingo, 16 de mayo de 2010

Dios mio ¡vivo en la polaridad!



Desde que nacemos nos enfrentamos a la polaridad, ¿seré niño o niña? Evidentemente es importante saberlo porque nuestros papás preparan la canastilla en tonos rosáceos o en tonos azulados.
Llegamos a nuestro nuevo hogar y ya se marcan las diferencias que nos acompañarán a lo largo de toda nuestra vida: si somos varones, tanto la ropa como la habitación será probablemente azul, si por el contrario, somos niñas, el rosa será el color que se elegirá. En la escuela siguen las diferencias: ellos juegan al futbol y son más violentos, ellas prefieran las muñecas y las cocinitas.
Triste reconocerlo pero somos nosotros mismos los que marcamos la diferencia desde el principio, y es que la raza humana vive en la polaridad desde sus orígenes: la bondad y la maldad, la riqueza y la pobreza, los nobles y los esclavos, los jefes y los empleados, las mujeres y los hombres, los niños y las niñas,... Pero el ser humano antes que cualquier clasificación dicotómica es: un ser único y especial sin atender a géneros ni a razas.
Nuestra esencia es pura y no responde a polaridades pero nuestro carruaje con el que nos paseamos por este planeta marca ya unas diferencias desde el inicio del viaje. A veces nos corresponden cuerpos atléticos, otras veces nos sentiremos víctimas de la injusticia cuando nos corresponda uno de defectuoso, unas veces seremos las reinas del baile y otras, simples peones. Nos parecerá que no elegimos pero lo cierto es que sí lo hacemos pero no lo recordamos. Creo que nos sucede como al astronauta cuando se pone su traje espacial, dejamos de oír lo que nos transmite nuestra conciencia y perdemos el propósito de nuestro viaje.Pienso que nuestra principal razón es la de vivir esta experiencia, la de siendo alma pura, sin atender diferenciación ninguna, convivir con el peso de la polaridad, y conseguir ser felices.
Si yo soy amor y sólo sé ver eso a mí alrededor, entrar en el mundo humano y vencer la batalla a la dualidad tiene que ser todo un reto y uno nada fácil. Para empezar, la sociedad gobernante marca las diferencias, crea las clases y busca en cualquier recoveco la polaridad. Te instruye en la competencia, en el liderazgo, en la obtención de poder. Te manda mensajes de caras bonitas, cuerpos perfectos y lujosos coches como iconos asociados al éxito, al poder personal, a la felicidad. ¡Qué gran mentira! El dinero no hace la felicidad porque el dinero es una gran mentira inventada por los que están en el poder para crear las diferencias. La felicidad está dentro de cada uno de nosotros, somos felices al sentirnos conciencia, al sentir la luz que emana de nuestro interior, al entender que no tenemos límites. La limitación la crea la sociedad, la crean aquellos que mueven nuestras fichas para provocar el caos en el que hemos convertido nuestro mundo.
¿Habéis pensado alguna vez porque existe la tristeza, el miedo, los celos, el enfado? Para crear polaridad. Somos almas puras de amor inmersas en un mar revuelto de emociones negativas. Navegamos contracorriente cuando lo único que tenemos que hacer es salirnos de la polaridad. Nuestro pequeñísimo grano de arena se reflejará en la totalidad, nuestra revolución sin armas se sentirá en otros corazones y por fin entenderemos que la clave para vencer este caos en el que hemos convertido la sociedad en la que vivimos es la de sentir la unicidad, la unión de todas las personas, sin atender a ninguna diferencia, porque nuestra esencia es pura y todos, absolutamente todos, provenimos de la misma fuente.
No hay que buscar justicia para compensar las injusticias, no hay que luchar al lado de los débiles para vencer a los más fuertes, no hay que vanagloriarse sintiendo el triunfo,…sólo hay que sentir indiferencia, neutralidad, porque “el lado oscuro”, aquel que crea polaridad se alimenta de nuestra energía, esa que derrochamos cuando competimos, nos lamentamos, nos culpabilizamos, criticamos, nos enfadamos, nos censuramos, nos mostramos cobardes, envidiosos, rencorosos. Recuerda que la polaridad no existe en realidad, es producto de este mundo para alejarnos de nuestra propia conciencia, de nuestro yo, porque si supiéramos quien somos en realidad, nada ni nadie podría mantenernos en la esclavitud en la que vivimos.
La peor arma son nuestras emociones, aquellas que se muestran vulnerables ante los acontecimientos. Practica el sentimiento de amor incondicional, elimina las diferencias, siente la unión con todos los habitantes del planeta y verás como ese granito de arena crea una realidad distinta.