domingo, 26 de abril de 2009

Una conversación íntima




Aquellas cuatro mujeres sentadas alrededor de una mesa exquisitamente preparada para la ocasión conversaban animadamente en esa noche exclusiva de ellas. Era día de fútbol y los maridos, amantes, incluso sus ex les concederían ese privilegio.
Todas ellas se encontraban en edad madura y poseían una mochila muy bien cargada por las experiencias de los años. Ese rincón también incluía un espacio para los secretos, las mentiras y los desengaños. Aquella noche tan especial favorecería que la mochila cobrara vida y entre copa y copa se escapara de su interior intimidades jamás contadas.

Amelia, la mayor, pero no por ello menos ingenua, parecía haber aprendido mucho de la vida. Separada desde hacía más de 20 años aparentaba superioridad y consejos a tener muy en cuenta de los hombres.

¿Por qué cuando se reúnen mujeres acaban pasando la velada hablando de ellos? Lo peor es que se definen libres y benefactoras de esa libertad, cuando ni siquiera el día que se reúnen, son capaces de dejar de hablar del género masculino.

Clara, se mostraba, al principio, escurridiza en cuanto al contenido de su mochila, fielmente atada a la espalda, pero el poder de seducción que esa bebida espumeante produjo en todas ellas no fue menos en su caso, poniendo encima de la mesa las miserias que tanto la paralizaban.

Ester seguía atrapada en una continua emoción negativa, porque todavía tras siete años no había perdonado la infidelidad de su exmarido. Al menos ella reconocía su fijación y sabía que ésa no le permitía avanzar. El resto no escuchaban su propio interior que les recordaba que carecían de libertad.

Olga observaba a cada una mientras pensaba lo feliz que era por tener que hacer lavadoras con la ropa de su marido, escucharlo malhumorado cuando había tenido un mal día o sentir sus brazos rodearla como acto reflejo mientras dormía plácidamente en su mismo lecho.

¿Soy la única que me doy cuenta de ello? –pensaba mientras una agradable sensación invadía su cuerpo.

El restaurante, acogedor, albergaba historias de parejas censuradas, tras un oculto callejón. Su luz, tenuemente iluminada, ofrecía un espacio íntimo donde poder llevar a cabo sus fantasías más sensuales. Manos atrapadas en tomas instantáneas, besos robados en sus esquinas y con toda seguridad, más de una lágrima rozaría esas mejillas ávidas de amor.

Cuántos pensamientos se sumarían a la detención de esos instantes como mágicos cuando si fuéramos honrados con nuestros sentimientos seríamos alquimistas en nuestra vida haciendo que esas elecciones que un día llevamos a cabo se mantuvieran como las deseadas. Esas parejas ocultas no tenían porque serlo porque ellos elegían encontrar la felicidad con quien tuvieran a su lado o ser desdichados lamentándose de no poder estar juntos. ¡Qué ironía! Ellos eran quienes paralizaban sus propias vidas y se las daban de seres libres.

Olga volvió a la realidad de la conversación cuando Clara definió lo que esperaba de una relación, negando la convivencia, argumentando que eso la conduciría con toda seguridad al fracaso.
Esas palabras penetraron de tal forma en su mente produciendo una reacción que daría paso al juicio.

Cuando una pareja se siente bien estando juntos, dictaminó, no tienen suficiente con los paseos, las cenas o los besos. Las noches gustan de compartir y el dormir acompañados es un placer aceptado.

Las demás la miraban atónitas pero eso no frenó a Olga que continuó en su discurso, más clara y concisa que jamás estuvo.

La convivencia encierra nuevos retos para la pareja, necesarios porque esa es la realidad. Somos seres humanos, con virtudes y con defectos, no tenemos que pretender cambiar al otro ni amoldarnos a él, sólo tenemos que amarnos y mostrarnos al otro con transparencia, sin maquillajes, sin encuentros siempre románticos, sin rostros sensibles e inocentes que esconden a la persona atormentada que a menudo somos.

La convivencia no supone limitar el espacio personal o ceder mi libertad, muy al contrario, aquellos que dan lecciones tachando la convivencia de negativa desearían con todas sus fuerzas lavar los calzoncillos de quienes ahora solo les conceden encuentros fortuitos y, con ello, poseen el control de esas vidas ajenas.

Ahora justifican sus acciones, sus limitaciones, su escaso control de su propia vida con esa efímera satisfacción que les proporciona el sentirse libres y eso es una tremenda utopia sobre la que han construido sus valores.

En esa lista han olvidado algo tan obvio como a ellas mismas, sus verdaderas necesidades, sus verdaderos sentimientos, a favor del bienestar ajeno, de aquel que engaña, que vive una vida de mentiras, atrapando egoístamente a una y a otra ofendida.

Las miradas de sus compañeras de cena continuaban expectantes y Olga terminó con estas palabras:
No critico vuestras vidas ni trato de imponeros la mía como única salida. Sólo espero que os recordéis personas cuando justificáis el engaño, cuando sois cómplices del mismo.

¿Qué valor os concede una persona que actúa de esa forma?

Tenéis el poder de decisión en vuestras manos, podéis elegir ese amor oculto, si queréis pero no os lamentéis cuando no os pueda dedicar su tiempo.
No os creáis libres cuando estáis atrapadas en sus redes ni concedáis consejos sin saber qué haríais en determinada situación.

El ser humano tiene tendencia a generalizar y experiencias vividas negativas producen rechazo y crean barreras. Esto es totalmente lógico pero tratemos de no perder la perspectiva emitiendo juicios sin valor que podrían perjudicar al débil o a aquel que no tiene criterio. En esta red humana, todos somos modelos a imitar.

El buen psicólogo no aconseja el camino a seguir sólo muestra las opciones posibles para que veas todos los senderos. La elección siempre es tuya, asumiendo por supuesto las equivocaciones que pudieran surgir, pero jamás hay que vivirlas como tales, porque TODO SUCEDE POR ALGUNA RAZÓN y eso es lo que tenemos que aprender de las vivencias recibidas.


Aquella cena de amigas terminó con reflexiones en el interior de cada una. A algunas les serviría más que a otras.

Olga reforzó su decisión de convivencia definiéndola como aquella que concede espacio personal si así se desea, porque la “CAPACIDAD DE DECISIÓN ES LO QUE OTORGA LIBERTAD”.