lunes, 25 de abril de 2011

Destino: Petersgaard (primera parte)



Aquella soleada mañana de Primavera, Laura pondría rumbo a su aventura, partiendo sola hacia un destino desconocido.
La posibilidad surgió de las manos de Karen, su amiga danesa y la confirmación la haría posible su querido Ernesto. Todo surgió precipitadamente, sin tiempo para dilaciones.
Eran unas vacaciones en un mágico lugar hacia al que no sabía porqué Laura sentía una fuerte atracción. “Esos aires vikingos te harán sentir como en casa”, le había dicho tantas veces bromeando su amiga, y ahora, tendría la posibilidad de comprobar si aquella cercanía que sentía con esa cultura era real o fruto de su imaginación.
Desde siempre, recordaba, le habían atraído los gnomos y las hadas, y esos países nórdicos eran la cuna de ambos seres mágicos. Especialmente, el lugar a donde se dirigía era privilegiado ya que estaba en una zona arbórea.

Todo se había producido tan rápidamente que a Laura le parecía estar viviendo todavía en un sueño. Vagamente recordaba la invitación de manos de Karen, la conversación en la cocina con Ernesto y la visión de esa tarjeta de embarque impresa donde junto a su nombre podía ver claramente un destino: København, o lo que era lo mismo, Copenhague.
Laura pensó en las dudas surgidas al tomar aquella decisión: demasiados temores no resueltos navegaban por su cabeza. Todavía confusa pero decidida a encararse con sus miedos, pulsó el OK de su vuelo, JK033, no sin antes sentir aquel hormigueo característico que la acompañaba cuando tomaba decisiones arriesgadas.
En realidad, el riesgo sólo radicaba en tomar un avión para llegar a su destino y disfrutar una semana en compañía de su amiga en un entorno nórdico misterioso.

Ya no podía dar marcha atrás y tampoco era lo que deseaba. Era un viaje de placer pero para Laura significaba asimismo un avance en su crecimiento, una superación y un descubrimiento. Crecer interiormente, superar sus profundos y anclados miedos y descubrir aquellos aires vikingos que tanto la atraían. El destino estaba ya escrito y ese domingo de primavera, Laura iniciaría su aventura nórdica.


Søndag

El primer obstáculo para aquel viaje estaba vencido: la despedida. Tan sólo una semana, pero el sentimiento de añoranza era la primera de las ataduras de las que Laura tenía que desprenderse.
En pleno vuelo, Laura sonreía mientras recordaba el rostro de su amado Ernesto alejándose conforme ella avanzaba hacia su puerta de embarque, ese beso intenso y la llamada al móvil para desearle un feliz vuelo. “Disfruta de ese viaje a tu interior – dijo- y aprende a "observar".
¡Menudo maestro tenía en Ernesto! Era una persona digna de imitar. Sabía reconocer la belleza en un mínimo detalle. Era una excelente observador. Nada le pasaba por alto. ¡Cuánto le agradecía Laura aquel regalo!

La segunda batalla la estaba librando justo en esos momentos: disfrutar del vuelo sin temores.

El JK033 de Spanair estaba completo. Laura compartía la fila 14 con un amable jubilado danés y una estudiante inglesa que parecía algo nerviosa. En sus asientos traseros dos niños daneses de unos 5-6 años no paraban de juguetear y reír. El pobre chico argelino que estaba sentado en su misma fila ya no sabía que hacer. Nuestro jubilado danés les refirió algunas palabras de protesta por la actitud de los niños. Las madres, magníficamente sentadas tras los niños, no se inmutaron. Seguían conversando de sus cosas.
La inglesa y Laura retiraron sus asientos hacia atrás, para ganar comodidad. Mientras la chica dormía, Laura observaba a través de la pequeña ventana del avión la inmensidad del cielo. Se sentía equilibrada y en sintonía con ese maravilloso paisaje. Una tras otra, aquellas nubes dibujaban indescriptivas formas que aseguraran la armonía de ese cielo.

La voz del piloto la sacó del ensimismamiento en que se encontraba, informándoles que en unos minutos aterrizarían en destino. El avión se introdujo majestuosamente entre las nebulosas blancas y emergió en un nuevo paisaje de gran belleza. Unas altas y magistrales torres eólicas en medio del inmenso mar, un puente que parecía cortarse dentro del mar (Laura luego supo que era el puente sumergido que conectaba Dinamarca con Suecia). Todo aquel paisaje emergía fascinante a los ojos de Laura.

Tras el aterrizaje, el largo recorrido entre tiendas y más tiendas comerciales la acercaron a recoger su equipaje facturado y tras cruzar la automática puerta, el encuentro con Karen, su amiga danesa.

Una despejada carretera y algo más de una hora de trayecto, llevó a ambas hasta la casa donde se hospedarían, la de los padres de Karen.
Ellos las esperaban en el acceso exterior para dar una calurosa bienvenida a Laura.



El entorno, mágicamente perdido, le recordó a aquellas campiñas escocesas que antaño tanto la enamoraran. El azul del mar se mezclaba sabiamente con las diferentes tonalidades verdosas del campo. Esbeltas e inacabadas hayas rodeaban la casa, al tiempo que señalaban el camino para adentrarse en el ansiado y mágico bosque.
Perpleja aún por esas vistas, Laura balbuceó las primeras palabras en inglés.

En menos de una hora estaba ya preparada para la primera inspección y captación de tomas fotográficas del lugar. Lo que veía era impensable en el país de donde provenía: animales libres jugueteando alrededor del bosque, uno bien protegido por las leyes danesas impidiendo que las personas accedan cuando anochece, para preservar la naturaleza en su estado puro. Leyes que no necesitan de barreras para hacerse cumplir.

La energía de aquel lugar la cautivó desde el principio.
Tras ese emocionante paseo, su primer contacto con el arte culinario del país (¿quién dijo que los daneses no comían bien?), una buena conversación y la necesidad de un sueño reparador.
Esa noche era la primera de su aventura nórdica y en sus sueños aparecieron gnomos y hadas dándole la bienvenida a aquel particular bosque con el que Laura forjaría un intenso vínculo.