miércoles, 11 de agosto de 2010

Controla tu vida



La noche cae dejando entrever algunas estrellas en un cielo casi cubierto por las nubes, ésas que horas antes amenazaban lluvia pero que por alguna razón desconocida se abstuvieron. La mujer flirtea con el hombre pero éste no parece cerciorarse, prefiere contemplar el cielo que ceder a los deseos de ella. Malhumorada se aleja del jardín y entra en la casa, no sabiendo muy bien en qué ocupar la mente para distraerla de la frustración sentida. Mira el reloj del pasillo y se percata que aún queda hora y media para la medianoche, horario habitual para acostarse, así pues la alternativa queda desechada. Sube los 14 peldaños que la separan del piso superior donde se encuentra su querida buhardilla. Se adentra en ella y observa por un segundo las posibilidades que la misma le depara. Pero lamentablemente ninguna es tan atractiva como un rato de sexo con su pareja. Esa noche están solos. Los hijos se encuentran en el campamento de verano. Pero, a ver, piensa ella, hace ya una semana que se fueron y desde entonces ¿lo hemos celebrado especialmente? De nuevo la frustración hace mella en su interior dejando hueco para que se instale la rabia. De repente, como si no se hubiera dado cuenta de ello algunas preguntas empiezan a oírse ruidosamente en el interior de su cabeza, preguntas que abren dudas a su hasta el momento maravillosa relación de pareja.
¿Ya no me quiere? ¿No me desea igual que antes? ¿Habrá conocido a otra? Y bla, bla, bla. Consecuentemente, frustración y rabia tienen que contraerse para permitir que los celos tengan su espacio. Y como no, la poca confianza en una misma ceden el poder a esos interrogantes que acaban por nublar enteramente su mente.

Podemos rebobinar y ponernos en la mente del hombre, vislumbrando una escena adecuada para él. Tras una jornada de duro trabajo en aquella empresa a la que se siente atado tras tantos años de servicio y que poco le aporta actualmente, sólo piensa en llegar a su apreciado “universo local” y contemplar su creación junto con su esposa, la que probablemente le estará esperando en el porche junto con un par de bebidas frías para reducir la sensación de calor en este abrumador verano. Pero no, no sucede exactamente como él planea. En casa la mujer no parece entusiasmada con su llegada, se queja de que hoy ha venido demasiado pronto y a ella no le ha dado tiempo de todos los quehaceres que se había impuesto ese día. La frustración ahora ¿quién la siente? Por supuesto él, que anticipando esos pensamientos motivados por las suposiciones que lleva a cabo, termina frustrándose cuando lo esperado no se produce.

Todo se intensifica en décimas de segundo. En poco tiempo, episodios como los descritos, pueden provocarnos una terrible infelicidad.

Tratemos de analizarlo para entender el mecanismo que actúa en nuestro interior y justifica ese descontrol emocional:
Se inicia la situación frustrante a causa de una diferencia de opiniones. Ella desea tener sexo y él se encuentra ocupado contemplando el cielo. Él improvisa una tarde apacible con una bebida refrescante y la compañía de su mujer y ella lo considera inapropiado e inoportuno.

Quizás ella no ha sabido transmitirle adecuadamente su deseo o quizás él tenía que haberla llamado antes para expresarle sus intenciones. Pero ¿todo tiene que ser tan “poco espontáneo”?
En el primer supuesto, ambos disfrutan a su manera de esa noche solos. En cualquier caso, ella “supone” y por tanto “se frustra”. No empatiza, no comunica adecuadamente sus intenciones, vive con la creencia que sus deseos son órdenes. La espera siempre frustra.
En el segundo supuesto, la frustración llega cuando uno se percata de la poca sintonía que tiene con su pareja. Concluir eso está fuera de lugar, pero el ser humano es así. Las conclusiones apresuradas están en el orden del día.
En ambos casos la emoción negativa se alimenta de los pensamientos que rondan su cabeza. Esos interrogantes que toman forma en su mente los sucumben en una paralización emocional destructiva. Entran en un círculo obsesivo que daña su persona y el amor que sienten por sí mismos.



Pero ¿en qué momento se pierde el control? Cuando uno cede el poder de su vida al otro, a los hechos y a las suposiciones, cuando se toma cualquier evento como algo personal, cuando se juzga, cuando se culpabiliza y cuando utiliza las palabras en su contra.

La vida contiene muchísimas situaciones que generan reacciones en nosotros. La persona tiene que desprenderse de aquellos hábitos que hacen de ellos seres infelices porque necesitan la aprobación de los demás para sentirse bien y no siempre pueden tenerla.
Tenemos que querernos a nosotros mismos, querer igualmente a aquellos que comparten el mundo con nosotros, sentirnos cercanos a ellos y sobretodo no juzgarlos cuando hacen cosas que no entran dentro de los parámetros que nuestros progenitores nos transmitieron. Eso es el libre albedrío y eso también es saber empatizar con el otro.
Si entendemos que la diferencia entre ser felices y vivir insatisfechos depende única y exclusivamente de nosotros mismos, ¿por qué siempre acabamos eligiendo la desdicha?

Cuando elegimos un rol siempre nos va ser víctimas o jueces, ¿por qué simplemente no disfrutamos de la vida que vivimos, sintiendo cada segundo del momento presente y agradeciendo estar vivos?
Párate y piensa por un momento, qué hay más milagroso que engendrar una propia vida. La respuesta es sencilla, sentirse satisfecho por vivirla.

La moneda tiene dos caras, felicidad e infelicidad, tú eliges con cual te quedas pero no culpes a otros de tus desdichas. Tú creas tu realidad.