sábado, 4 de abril de 2009

Sábados Literarios


Qué pasaría si...

¿Qué pasaría si los humanos pudiéramos volar? Y ya no digo en los sueños que seguro que lo hacemos muchos, digo en la realidad, en tu día a día.

Para empezar tendríamos los viajes pagados a cualquier destino que nos propusiéramos, sin colas, sin ingratas reservas, sin aparatosos desembolsos.

Podríamos asimismo tener el don de la improvisación; imaginaros en esta situación: una noche de luz de luna con nuestro amado, solos sin más compañía que esa maravillosa luna y nuestras ardientes miradas de pasión se cruzan como pidiendo a gritos algo todavía, si cabe, más intimo y entonces zas! nos trasladamos encima de una densa y suave nube, acurrucándonos placenteramente y dejándonos llevar por ese momento tan dulce...(suspiros varios) Toc, toc.. de vuelta a la realidad.

No habrían tampoco grandes debates con el precio del carburante o la contaminación de los coches porque lo habitual sería que nos desplazáramos por el aire, pero...¿y los aviones? os preguntaréis, ¡menudo colapso! y...¡cuántos inoportunos accidentes! pero chiquillos que los aviones tampoco nos harían falta porque nosotros volaríamos en nuestros propios teledirigidos...

¿Y la cantidad de enriquecedoras experiencias que podríamos vivir? Jo, ya me imagino haciendo realidad esos viajes que sólo alcanzo a realizar en sueños... Japón, El Tibet, Australia, Canadá, California,...Y no es solo que estarían a nuestro alcance sino ¡de qué modo!

Podrías como un pájaro posarte en los lugares más elevados para divisar un mundo único, inigualable, con la riqueza de visión que eso comportaría, podrías alcanzar instantes únicos, inhóspitos parajes si poseeríamos ese don...

Por el momento nos seguiremos conformando con nuestros vuelos nocturnos y con soñar, mucho sueños en los que emprendemos mágicos vuelos que nos conducirán al equilibrio de nuestra alma, esa que solo tiene permiso para salir de noche.

jueves, 2 de abril de 2009

La historia de Maria




María se levantaba cada día a las 7:30 horas. Ese día no tenía nada de especial, iba a ser uno de tantos en su monótona vida. Se sentía especialmente cansada esa mañana, quizás no era exactamente cansancio pero sí cierta predisposición apática. Nunca había sido demasiado alegre ni siquiera amante de los deportes, pero desde que tuvo a los niños se volvió más pausada; realmente ya tenía bastante con el ajetreo de su hogar, los críos y la casa de doña Isabel, donde limpiaba y cocinaba, como para pensar encima en mantenerse atlética.

Se reía en sus adentros imaginándose por un momento practicando un deporte. Realmente tenía suerte de su constitución delgada porque nada tenía que ver con la práctica deportiva. Ni tiempo tendría aunque quisiera. Recordaba, eso sí, que le gustaba bailar, aunque eso pertenecía a un pasado bastante lejano.
No era tan mayor, pero sus huesos estaban agotados; ya fuera por el día a día, ya fuera por los golpes.

María estaba casada con Lucas, alguien a quien le gustaba mostrarse autoritario con las mujeres y si era necesario utilizar la fuerza, aunque en el fondo tenía un gran corazón, al menos así lo demostraba con los niños. Tampoco había tenido mucha fortuna con su trabajo y esa situación poco fructífera tenía mucho que decir en su comportamiento para con María.

Lucas se había marchado ya al trabajo y María se desperezaba como de costumbre; pronto tendría que levantar a los niños, pero antes debía arreglar su habitación para que cuando él llegara pudiera echarse una siesta.

A las 8 en punto los niños se levantaban y ellos mismos arreglaban su cama. Por fortuna, tenía unos hijos maravillosos y muy hacendosos. La vida en eso si le había sonreído.

La comida la preparaba la noche anterior y así podía dormir un poco más. Por la mañana era cuando más a gusto se estaba en la cama y además, tampoco le interesaba lo que echaban por la televisión. Cuando terminaba de cenar se metía en la cocina y no salía hasta que hubiera acabado la comida del día siguiente.
Algunas veces los niños se habían acostado solos y Lucas entraba sigilosamente en la cocina acosándola, otras se quedaba frito en el sofá y ya no había nada que temer.

Odiaba hacer el amor con él porque había perdido la dulzura sustituyéndola por la fuerza. Parecía que se sintiera poderoso cada vez que agresivamente la penetraba. Obligarla le excitaba pero también le enojaba.

Esa era su vida, casada con un hombre que tenía mal carácter, intensamente posesivo pero al que debía lo que ella era. Formaban una familia y eso ella no lo había tenido. Lo quería y lo respetaba. Era el sostén de su familia, su propia familia y tenía que cuidarlo porque era su deber.

Era una mujer agotada pero con unas creencias demasiado difíciles de vencer. Eso probablemente la hundiría o tal vez, la mataría. ¿Hasta dónde podría llegar su paciencia? ¿Cuánto habría que ultrajarla para que ese tipo de mujer, devota y sumisa, reaccionara?

La elección siempre es nuestra, en cada acto, en cada palabra. Una primera vez pueden hacernos daño pero si seguimos aguantándolo es en cierto modo porque así lo deseamos en alguna parte de nuestro ser.

Un pedacito de mi novela

martes, 31 de marzo de 2009

Esclavos del poder




Sara se encontraba sentada en aquellos incómodos bancos de madera incorporados en la Sala de Espera de la Oficina de Trabajo de aquella ciudad.

Una luz frente a su ubicación parpadeaba el turno para ser atendida. Alzó la vista hacia esa intermitente roja y comprobó nuevamente el número asignado. Frunció el ceño, la diferencia entre ambos era mayor de 20, lo que suponía una ligera incomodidad. Hizo mentalmente el recuento del tiempo que le restaba para que una de las personas sentadas tras esas 8 mesas dispuestas para ese fín, gestionara el trámite que la había conducido hoy a ese lugar, y concluyó que le quedarían aún unos 60 u 80 minutos. Y esto, pensó irónicamente, en el mejor de los casos, suponiendo que todas las funcionarias hubieran ya acudido a la cafeteria más cercana a disfrutar de su merecido descanso y desayuno.

Para ellas cada dia era lo mismo: llegar sobre las 8:30, abrir la pantalla del ordenador asignado buscando el programa que le toque ejecutar y teclear el NIF de cada usuario para calcular la prestación correspondiente.

Para nosotros, tenía algo más de atractivo: practicar la paciencia ante tanta "improductividad funcionarial" (no se sientan ofendidos los nombrados), coger un papel y escribir lo primero que se te pase por la cabeza (con tanto colorido de estímulos seguro que la "musa" inspiradora hace de las suyas), leer aquel libro recien adquirido que con el ajetreo diario ha sido todavía imposible de disfrutar y porque no, perderse observando a las personas de tu alrededor.

Sara se decidió por esto último y clavó su atenta mirada en aquella mujer de color que acunaba a su precioso bebé de color azabache y deliciosos rizos negros. Parecía cansada, su rostro así lo reflejaba; ni siquiera su hermoso niño era capaz de despertar luminosidad en su cara. Sara se entristeció al recordar aquella conversación con su marido unos pocos meses antes; ella hubiera querido tener aquel bebé pero Roberto le dijo que no era un buen momento, "hay que pagar demasiadas facturas, cariño, otra boca a alimentar y ahora tú sin trabajo".

Desplazó su mirada unos pocos bancos más atrás y contempló los bostezos unisonantes de sus ocupantes, unas veinteañeras, productos del aburrimiento sentido. Al lado de esas jóvenes una mujer de origen musulmán permanecía prácticamente inmovil con el abrigo negro puesto y un pañuelo naranja protegiendo su cabeza y cuello.
Sara pensó en cuanto sometimiento tenían las mujeres oriundas de esos países y se apenó por ellas. Siguió prestando atención a su alrededor y comprobó que justo el banco delantero estaba ocupado por una pareja de musulmanes, al parecer compañeros de la chica del anaranjado pañuelo, que tonteaban con un movil Nokia, reproduciendo una música bastante disonante.

Miró hacia un reloj que se encontraba colgado a su izquierda comprobando que había pasado ya una hora desde que se sentara en esos incómodos bancos y apenas habían transcurrido la mitad de los números que distaban del suyo. Suspiró y pensó que procuraría no volver a encontrarse en situación de desempleo, sonriendo en sus adentros por ese pensamiento: ¡Ni que ella lo hubiera decidido!

De repente aconteció un imprevisto que puso el punto divertido a la patética situación que estaba imperando en esa oficina de trabajo. Un fotógrafo del controvertido diario local "Revolución" apareció con el pretexto de querer sacar fotos de aquel lugar, cuando la realidad de sus pretensiones se encontraba en querer mostrar a los lectores la inoperancia de la susodicha oficina acompañando con esas fotos su escrito protesta.

Las funcionarias, más nerviosas de lo habitual, empezaron a ponerse las pilas, y ,en menos de media hora, nos liquidaron a todos agilizando nuestros trámites.


¿Sería el temor a una mala prensa? o ¿Había llegado ya la hora de cerrar? divagaría Sara concluyendo que la segunda opción era probablemente la más acertada porque aquellas funcionarias veneraban un único lema:

"Poco trabajo en menos tiempo"