sábado, 9 de octubre de 2010

Mujeres maltratadas




“Hay muchas clases de maltrato además del físico, propiamente dicho. Cuando un componente de una pareja pierde su libertad, está siendo maltratado.”

Un día cualquiera de un mes cualquiera

Las dos mujeres aún no se conocían, formaban parte de mundos distintos pero iban a iniciar una trayectoria común, unidas por un destino que quizás persiguiera su salvación o tal vez su desgracia. La vida de cada una de ellas era bien distinta, pero en común tenían su condición de mujer y el maltrato al que habían sido o eran sometidas. Jóvenes ambas iban a aprender mucho la una de la otra.

Quién parecía más inteligente, quizás se escudaba en esa actitud para verse más fuerte, y, aquella a quien los ojos del entorno vieran más sumisa, podía muy bien ser simplemente una opción de vida elegida.

María y Elena se llamaban y pronto sus vidas se cruzarían...

* * *

Elena

Elena llamó a su madre como cada semana solía hacer. Esta vez ya estaba cansada de fingir que todo era maravilloso e iba a contarle todo el dolor y la amargura acumulados en los últimos meses. Mentir no era ningún rasgo de su carácter, muy al contrario, una característica de su personalidad era precisamente la sinceridad con que encauzaba cualquier conversación, pero había aprendido a usar la mentira para no preocupar a los suyos, aquellos que tan lejos estaban pero seguían cercanos en su corazón.

Había tomado una decisión que afectaba en cierta medida a sus padres y necesitaba sentir que ellos seguían a su lado. Había perdido dignidad y autoestima y sólo ellos podían devolverle algo del amor desvanecido. El tiempo y su voluntad harían el resto, pero ahora todo estaba demasiado reciente y necesitaba llorar, aunque sus lágrimas resbalaran por el auricular sin poder ser atendidas con una cálida acogida. Su madre sabría contener ese lamento como cuando de niña se hacía daño y ella le calmaba dulcemente el dolor. Ahora el dolor punzaba con fuerza el interior como si una herida interna sangrase sin poder ser taponada.

-¡Me han hecho daño mamá! – Se lamentó sollozando la niña interior de Elena a través del auricular – Me siento perdida y necesito que me escuches y me calmes como cuando era niña.
-Sabes querida mía que siempre he estado a tu lado aunque la distancia no lo haya querido así – respondió su madre – Algo en mi interior me decía que no eras feliz, que sufrías, pero no podía cuestionarte porque entonces hubiera faltado a mi lealtad y confianza. Tú tenías que contarlo, tenías que pedir mi ayuda, para que yo, sin pestañear siquiera, te ofreciera todo el consuelo que me fuera posible.
-No me quiere mamá, nunca me ha querido, todo ha sido una farsa. Creía que era yo quién descuidaba mis deberes como esposa, como mujer, siempre atareada con el trabajo a cuestas, pero finalmente he abierto los ojos y he visto aquello que mi corazón negaba. – dijo Elena.

-No siempre, querida niña, estamos preparados para escuchar la verdad e insonorizamos con pequeños matices aquello que podría lastimar nuestra alma, hasta que finalmente estamos preparados para afrontarlo – la consoló su madre.

-Pero es que yo no creo que esté preparada para sufrir esa terrible derrota, porque no es otra mujer la que me ha vencido, sino su homosexualidad. – confesó Elena.

–Uno no despierta de la noche a la mañana con esos instintos, eso es algo que se halla muy arraigado en su interior y que podría haber permanecido oculto durante toda una vida si yo no hubiera intervenido.- prosiguió.

-Pensé que sería positivo para nuestra frágil relación improvisar un encuentro- contó Elena –llevábamos demasiado tiempo distanciados y creí oportuno pedirle perdón dejando por una vez de lado el trabajo en pro al amor.

-No me cuentes más, creo poder imaginar lo que sucedió – le cortó la madre
-Pobre niña, ¡qué ultrajada te debiste sentir!

–No sabes bien cómo me sentí en aquel instante mamá –dijo Elena.–No solo los sentimientos hacia él, sino los propios, se vinieron abajo y todo el trabajo de poder logrado con los años se desvaneció como si la auto-confianza jamás hubiera estado presente en mi ser.

-Pero tú eres fuerte mi niña y sé que te repondrás. No debes permanecer por más tiempo sola, rodeada de extraños – dijo su madre –tienes que liquidar todo ese pasado y volver a tu país. Allí no serás capaz de recobrar tu vida. Aquí, no será fácil, pero al menos podremos ayudarte a olvidar. Creemos en ti, pequeña, y sé que podremos lograr juntos que la confianza perdida vuelva de nuevo a ti.

–Gracias mamá –dijo Elena –precisamente ahora es lo que trato de hacer, terminar con todos los hilos que me unen a esta pesadilla para regresar de nuevo a mi país, pero se me hace difícil, porque debo hacerlo toda sola y no soy tan fuerte como en un principio creí.

-Me gustaría pedirte que vinieras, aunque fueran unos pocos días, porque ahora mismo no sé si quizás sería capaz de hacer alguna tontería.-prosiguió Elena – Me siento débil y os necesito cerca. Terminar con este episodio de vida londinense me llevará aún unos cuantos meses y necesito unas dosis de vuestro amor y comprensión.

–Cariño, eso ya había quedado claro. Tus asuntos son los nuestros, si así lo deseas. Papá no podrá dejar su trabajo durante mucho tiempo, pero yo podré arreglarlo perfectamente para permanecer a tu lado hasta que recobres la serenidad – dijo su madre con empatía.
–Me vendrán bien unas vacaciones en la capital oscura así es que prepárate a sonreír porque eso es lo que harás a partir de los próximos días -concluyó su madre.

Tras esa conversación, Elena se sintió más comprendida y querida, con más fuerzas para actuar con el aplomo necesario durante los episodios venideros. Tenía que enfrentarse con una familia noble a la que nada gustaría sacar a relucir “trapos sucios”. Probablemente la chantajearían, la humillarían,... pero ella debía mantenerse firme y segura porque lo que había visto había hundido todo lo que sentía por su marido y probablemente quebraría parte de la seguridad adquirida.

La entrañable voz de su madre, sus cariñosas palabras, le devolvieron momentáneamente la fe en su poder, en sí misma. Era una mujer herida pero finalmente había encontrado el camino para cicatrizar el dolor. La habían humillado, ultrajado pero lograría sacar su fuerza interior para reponerse de sus heridas. Tenia poder, el poder de amarse a sí misma y eso la salvaría.


María

María se levantaba cada día a las 7:30 horas. Ese día no tenía nada de especial, iba a ser uno de tantos en su monótona vida. Se sentía especialmente cansada esa mañana, quizás no era exactamente cansancio pero sí cierta predisposición apática. Nunca había sido demasiado alegre ni siquiera amante de los deportes, pero desde que tuvo a los niños se volvió más pausada; realmente ya tenía bastante con el ajetreo de su hogar, los críos y la casa de doña Isabel, donde limpiaba y cocinaba, como para pensar encima en mantenerse atlética.

Se reía en sus adentros imaginándose por un momento practicando un deporte. Realmente tenía suerte de su constitución delgada porque nada tenía que ver con la práctica deportiva. Ni tiempo tendría aunque quisiera. Recordaba, eso sí, que le gustaba bailar, aunque eso pertenecía a un pasado bastante lejano.
No era tan mayor, pero sus huesos estaban agotados; ya fuera por el día a día, ya fuera por los golpes.

María estaba casada con Lucas, alguien a quien le gustaba mostrarse autoritario con las mujeres y si era necesario utilizar la fuerza, aunque en el fondo tenía un gran corazón, al menos así lo demostraba con los niños. Tampoco había tenido mucha fortuna con su trabajo y esa situación poco fructífera tenía mucho que decir en su comportamiento para con María.

Lucas se había marchado ya al trabajo y María se desperezaba como de costumbre; pronto tendría que levantar a los niños, pero antes debía arreglar su habitación para que cuando él llegara pudiera echarse una siesta.

A las 8 en punto los niños se levantaban y ellos mismos arreglaban su cama. Por fortuna, tenía unos hijos maravillosos y muy hacendosos. La vida en eso si le había sonreído.

La comida la preparaba la noche anterior y así podía dormir un poco más. Por la mañana era cuando más a gusto se estaba en la cama y además, tampoco le interesaba lo que echaban por la televisión. Cuando terminaba de cenar se metía en la cocina y no salía hasta que hubiera acabado la comida del día siguiente.
Algunas veces los niños se habían acostado solos y Lucas entraba sigilosamente en la cocina acosándola, otras se quedaba frito en el sofá y ya no había nada que temer.

Odiaba hacer el amor con él porque había perdido la dulzura sustituyéndola por la fuerza. Parecía que se sintiera poderoso cada vez que agresivamente la penetraba. Obligarla le excitaba pero también le enojaba.

Esa era su vida, casada con un hombre que tenía mal carácter, intensamente posesivo pero al que debía lo que ella era. Formaban una familia y eso ella no lo había tenido. Lo quería y lo respetaba. Era el sostén de su familia, su propia familia y tenía que cuidarlo porque era su deber.

Era una mujer agotada pero con unas creencias demasiado difíciles de vencer. Eso probablemente la hundiría o tal vez, la mataría. ¿Hasta dónde podría llegar su paciencia? ¿Cuánto habría que ultrajarla para que ese tipo de mujer, devota y sumisa, reaccionara?

La elección siempre es nuestra, en cada acto, en cada palabra. Una primera vez pueden hacernos daño pero si seguimos aguantándolo es en cierto modo porque así lo deseamos en alguna parte de nuestro ser.


Dos Mujeres

En un punto de nuestra historia los caminos de ambas mujeres se cruzarían, una ayudaría a la otra a abrir los ojos y a rebelarse recuperando la confianza perdida.

Tan distintas, pero, a la vez, con historias paralelas.

Elena sufrió en su propia piel el maltrato psicológico que la vida conyugal le había deparado al casarse con un ser rígido y sin sentimientos. Fueron años escondiendo la verdad que ahora se destapaba, ocultando un hecho tan desconcertante como que tu propia pareja desee a alguien de su propio sexo. Ese descubrimiento la frustró tanto que su propio equilibrio se desestabilizó sufriendo un verdadero desajuste emocional.

Esa es la gran incidencia del entorno en el propio ser, que de la noche a la mañana puede producir el más terrible y asolador terremoto al edificio más bien construido. Elena sintió en su ser el paso de esa tragedia.

María vivía sumida en un continuo maremoto pero todavía no lo había constatado. En su percepción del mundo, esa manera de vivir era la normal. La fortaleza de Elena serviría de empuje para que María proclamara su independencia. La lucha ayudaría a Elena a reconstruir ese interior magullado.

Dos mujeres maltratadas, dos historias similares, pero con un solo destino.