lunes, 11 de mayo de 2009

El despertar de Carlos




Conocí a Carlos cuando yo pasaba visitas a la sala de Psiquiatría de un conocido hospital catalán junto con el psiquiatra encargado de mi master. En dicha sala se encontraban internados 10 pacientes de diferente diagnóstico psiquiátrico. La mayoría eran personas mayores salvo Carlos, un paciente con TOC (Trastorno obsesivo compulsivo) llamado Víctor que finalmente trasladamos de centro por falta de recursos propios y Mónica, una adolescente que le gustaba “comerse” todo lo que pillaba por delante (bolígrafos, termómetros, etc…) así es que había pasado por quirófano varias veces en sus múltiples tentativas de suicidio o autodestrucción.

Carlos me gustó desde el primer día por su delicado aire infantil y a la vez inocente. Tenía mi misma edad y parecía haber perdido toda ilusión que caracteriza nuestra etapa juvenil. Sus fascinantes ojos azules siempre anclados en un horizonte que carecía de objetivo donde fijarlos. Su cuerpo se sentía siempre cansado y, a pesar de las exigencias de su médico de que evitara el meterse en cama, siempre se encontraba acostado porque sufría de una apatía extrema.
Supongo que la suerte o casualidad provocaron que mi mentor delegara el caso de Carlos en mi persona mientras él se mantenía ocupado en otros quehaceres. Pudiendo ejercer libremente la labor terapéutica en un despacho provisto para la ocasión, di rienda suelta a mi trabajo psicológico.
Mi objetivo era doble: conseguir que sonriera y que paseara por las diferentes disposiciones del hospital.
Parecerán simples objetivos pero para Carlos era todo un logro conseguirlo y yo sabía que si lo lograba, eso supondría un avance en su enfermedad de manera que junto con la medicación imprescindible de todo esquizofrénico, pudiera empezar a contactar con el entorno y “sentir”.
Su enfermedad sería más llevadera tanto para él como para su familia si lográbamos ambos propósitos aunque para mantenerlo tuviéramos que estar “encima” continuamente.
Tenía unos padres que lo querían y se preocupaban mucho por él, así es que si en su internamiento avanzábamos algo, podrían ellos ocuparse de él en casa intentando que llevara medianamente lo que podemos llamar “vida normal” para un esquizofrénico.
Tras dos o tres visitas sin ninguno de los resultados deseados le pedí que me mirara con sus bonitos ojos y supongo que al sentirse turbado, sonrió. Fue algo apenas perceptible pero lo suficiente para sentirme satisfecha en mi propósito.
Luis, el doctor, apenas podía creerlo cuando transcurridas unas semanas volvió a visitarlo junto a mí. Habíamos conseguido relativamente poco para otros pero para nosotros eran verdaderos logros. El primero, su sonrisa que volvía a estar presente ante chistes, comentarios sarcásticos o simplemente muestra de afecto. El segundo, mantenerse de pie, sin acostarse o tumbarse, durante todo el día salvo la noche y la siesta de la tarde. Y finalmente, sus salidas hasta la entrada del hospital o hasta la planta 5ª.
Recuerdo que la primera vez salió conmigo y estuvo todo el paseo quejándose de todo tipo de dolores musculares, intentando volver varias veces. Los primeros días si lo encontraba acostado se justificaba porque había salido al pasillo durante cinco minutos y eso lo había agotado. A las enfermeras les tenía dicho que no admitieran su cansancio y si hacía falta lo levantaran a la fuerza. Una mañana fui yo quién le increpó una jarra de agua para sacarlo de la cama. Realmente no fue fácil pero conseguimos avances y conforme los fuimos alcanzando él se sentía mejor y a la vez más consciente de la aterradora realidad que giraba en torno a su enfermedad. Un mal que le haría de sombra toda su vida.
En su historia clínica ése fue su segundo brote importante tras la separación de su mujer por deseo de ella. Como respuesta él se derrumbó y tuvo que ser hospitalizado. Era uno de los antiguos, se había acostumbrado a la rutina del hospital. Yo lo liberé de alguna manera de esa “rutina” pero devolviéndole a la realidad se aferraba con fuerza a recuperar a su mujer que ya no lo amaba pero eso él no lo entendía. Si él estaba bien, no enfermo, ella seguiría con él.
La realidad era otra, me aclaró su madre, ella se había vuelto a casar e inclusive no quería que Carlos pudiera visitar los fines de semana alternos a su propio hijo, porque sí, Carlos tenía un hijo de 5 años que apenas conocía o había sabido tratar.
Cuando le pregunté sobre sus expectativas a Carlos se puso a llorar con la inocencia de un bebé. Me dijo que sólo quería tener a su lado a su mujer y a su hijo y merecer su cariño no su comprensión.
Me hablo del niño y me contó que se avergonzaba de sí mismo ante él, de su esquizofrenia con la que tendría que vivir para el resto de sus días.

La conciencia de la enfermedad invalidante le habían enterrado en un caparazón con todos sus recuerdos bien hundidos. No deseaba salir al mundo, a un mundo al que no podía servir con su esquizofrenia siempre tras sus talones. Porque uno nace, vive y muere, por así decirlo, siendo esquizofrénico o al menos, diferente... a los seres humanos ¿normales?

11 comentarios:

Any dijo...

Oh guau! que historia. Supongo que para vos será frecuente encontrarte con este tipo de personas por tu profesión.
A mi me impresionó. Por lo que contás esto no tiene cura, o sea que el tipo deberá aprender a "convivir" con la esquizofrenia, y también su familia.
Ahora que bien debe sentirse uno desde su lugar de terapeuta pudiendo ayudarlo, aunque sea mínimamente a llevar una vida "normal". Imagino que sus logros te habrán puesto feliz, debe ser casi imposible no involucrarse afectivamente con los pacientes.
Pantera, que profesión elegiste eh? Dura y hermosa a la vez.
un gran abrazo

tag dijo...

He leido con mucha atención tu relato, porque yo tengo una hermana esquizofrenica.

Es una enfermedad terrible, como todas las enfermedades mentales, y la familia no sabemos como tratarles muchas veces.

Al contrario que este chico, mi hermana si desea salir al mundo, ella no quiere estar encerrada y cuando sale, tropieza con las dificultades sociales que conlleva su enfermedad, entre ellas el rechazo y la incomprensión.

Es un tema que me afecta profundamente, y me crea problemas de conciencia y de culpabilidad por no ser más paciente con ella.

En fin, sería un tema largo.
Me ha gustado mucho tu post.

Un beso.

josef dijo...

La verdad, es terrible pero da gusto leer un post así en blogger, la gente cada vez escribe menos y peor y siguen sin desear leer. Esto que tú has escrito no sé si e ficción o realidad, pero se s ficción buenísimo y si es realidad aplastante, soberbio y terrible. He disfrutado mucho, no con el dolor de esta persona si existe, sino descubriendo esa espantosa posibilidad. UN abrazo!

Celia Álvarez Fresno dijo...

Es un tema muy triste pero por desgracia, demasiado real.
La Mente, es ese entramado sorprendente en la que habitan, tantos pensamientos. En la que existen, tantas cárceles. En la que se divisan, tantos proyectos...
Lo has narrado de un forma muy amena para el lector y muy sensible para el Alma.
Un abrazo, amiguina.

M.A dijo...

Una narración perfecta. Se lee del tirón y consigues que comprendamos al paciente, al cuidador y lo que ocurre. Te manejas muy bien en este tipo de exposiciones, se nota que eres una profesional.
La historia es muy triste, sin duda. A veces, hemos de tener presente la suerte que tenemos y la capacidad de enfrentar situaciones que a otros les desbordan hasta ese extremo.
Enhorabuena por tus logros con el paciente. Al menos, si conseguiste hacerle sonreír, es toda una proeza, porque es la gente sana y ya le cuesta...
Un abrazo.

Carmina dijo...

un buen relato los profesionales teneis retos ante vosotros que os hacen trabajar con ilusion, en cuanto a esta historia que no dudo pueda ser real, esta narrada de una forma brillante, mantiene al lector enganchado hasta el final, deseando saber que ha sido de Carlos...realmente bueno wapa

Anónimo dijo...

Es un relato fuerte pero que esiste realmente hoy en diapor suerte con tratamientos puede hacer una vida medianamente sana séloque es ya que he trabajado con ellos y lo culpable y ápaticos que se sienten pero hay que estar ahí tendiendo una mano ya que es una enfermedad y como tal hay que tratarlo.Gracias por tu blos es muy interesante.Con cariño Vicky

L.N.J. dijo...

Qué relato más hermoso Pantera, aunque en la realidad sea duro y cruel; tú lo has hecho ameno, cariñoso y positivo.
Te dejo un beso en la mejilla, un abrazo y un olé por esta imagen del hombre de los ojos azules, esquizofrénico y diferente.

Besos encanto.

Por cierto, la verificación de la palabra para dejar tu comentario es curioso : remplata.

Otro beso.

Mad el Mago dijo...

Precioso relato que engancha desde la primera línea...

mar... dijo...

Muy buen relato que nos acerca a enfermedades de las que la mayoria de las veces apenas conocemos nada y que hace que nuestras mentes se acerquen a otras formas de vivir menos satisfactorias.
Creo que cuando en estos casos se tiene una familia que se preocupa de uno es mas facil poder abrirse al mundo aún con limitaciones
Un beso de Mar

Mimí- Ana Rico dijo...

Me gusta cómo lo cuentas!!
Mantienes la atención durante todo el texto.