martes, 31 de marzo de 2009

Esclavos del poder




Sara se encontraba sentada en aquellos incómodos bancos de madera incorporados en la Sala de Espera de la Oficina de Trabajo de aquella ciudad.

Una luz frente a su ubicación parpadeaba el turno para ser atendida. Alzó la vista hacia esa intermitente roja y comprobó nuevamente el número asignado. Frunció el ceño, la diferencia entre ambos era mayor de 20, lo que suponía una ligera incomodidad. Hizo mentalmente el recuento del tiempo que le restaba para que una de las personas sentadas tras esas 8 mesas dispuestas para ese fín, gestionara el trámite que la había conducido hoy a ese lugar, y concluyó que le quedarían aún unos 60 u 80 minutos. Y esto, pensó irónicamente, en el mejor de los casos, suponiendo que todas las funcionarias hubieran ya acudido a la cafeteria más cercana a disfrutar de su merecido descanso y desayuno.

Para ellas cada dia era lo mismo: llegar sobre las 8:30, abrir la pantalla del ordenador asignado buscando el programa que le toque ejecutar y teclear el NIF de cada usuario para calcular la prestación correspondiente.

Para nosotros, tenía algo más de atractivo: practicar la paciencia ante tanta "improductividad funcionarial" (no se sientan ofendidos los nombrados), coger un papel y escribir lo primero que se te pase por la cabeza (con tanto colorido de estímulos seguro que la "musa" inspiradora hace de las suyas), leer aquel libro recien adquirido que con el ajetreo diario ha sido todavía imposible de disfrutar y porque no, perderse observando a las personas de tu alrededor.

Sara se decidió por esto último y clavó su atenta mirada en aquella mujer de color que acunaba a su precioso bebé de color azabache y deliciosos rizos negros. Parecía cansada, su rostro así lo reflejaba; ni siquiera su hermoso niño era capaz de despertar luminosidad en su cara. Sara se entristeció al recordar aquella conversación con su marido unos pocos meses antes; ella hubiera querido tener aquel bebé pero Roberto le dijo que no era un buen momento, "hay que pagar demasiadas facturas, cariño, otra boca a alimentar y ahora tú sin trabajo".

Desplazó su mirada unos pocos bancos más atrás y contempló los bostezos unisonantes de sus ocupantes, unas veinteañeras, productos del aburrimiento sentido. Al lado de esas jóvenes una mujer de origen musulmán permanecía prácticamente inmovil con el abrigo negro puesto y un pañuelo naranja protegiendo su cabeza y cuello.
Sara pensó en cuanto sometimiento tenían las mujeres oriundas de esos países y se apenó por ellas. Siguió prestando atención a su alrededor y comprobó que justo el banco delantero estaba ocupado por una pareja de musulmanes, al parecer compañeros de la chica del anaranjado pañuelo, que tonteaban con un movil Nokia, reproduciendo una música bastante disonante.

Miró hacia un reloj que se encontraba colgado a su izquierda comprobando que había pasado ya una hora desde que se sentara en esos incómodos bancos y apenas habían transcurrido la mitad de los números que distaban del suyo. Suspiró y pensó que procuraría no volver a encontrarse en situación de desempleo, sonriendo en sus adentros por ese pensamiento: ¡Ni que ella lo hubiera decidido!

De repente aconteció un imprevisto que puso el punto divertido a la patética situación que estaba imperando en esa oficina de trabajo. Un fotógrafo del controvertido diario local "Revolución" apareció con el pretexto de querer sacar fotos de aquel lugar, cuando la realidad de sus pretensiones se encontraba en querer mostrar a los lectores la inoperancia de la susodicha oficina acompañando con esas fotos su escrito protesta.

Las funcionarias, más nerviosas de lo habitual, empezaron a ponerse las pilas, y ,en menos de media hora, nos liquidaron a todos agilizando nuestros trámites.


¿Sería el temor a una mala prensa? o ¿Había llegado ya la hora de cerrar? divagaría Sara concluyendo que la segunda opción era probablemente la más acertada porque aquellas funcionarias veneraban un único lema:

"Poco trabajo en menos tiempo"

7 comentarios:

Ardilla Roja dijo...

Hola Pantera :)

Y mira que son flojas algunas funcionarias, un café de cinco minutos, pueden alargarlo hasta media hora.

Seguro que las de la historia, querían irse a casa, les daba igual la prensa, porque ya la tienen bastante mala jajajaja

Un abrazo

mar... dijo...

Yo apuesto por las dos cosas, que era la hora de cerrar y como estaba la prensa se dieron prisa para no mandar a la gente volver al día siguiente.
Parece que los empleados de las oficinas de empleo son igual de amables en todas partes (bueno no generalicemos, sólo la mayoria, no todos)
Un beso de Mar

阿尔马 Nyma 阿尔马 dijo...

Funcionarias o funcionales!!???
Una muy buena idea parodiada!!!
Genial!!!

Besos.

Nyma.

Any dijo...

Ayyy Pantera, los empleados públicos son iguales en todos lados parece. Por mi trabajo suelo hacer trámites en oficinas públicas y no te cuento lo que hay que esperar y renegar en cada lugar. Todo se hace en cámara lenta, de mala gana y si protestás y te hacés la mala, es peor todavía. Es un verdadero padecimiento!
un beso

Sundance dijo...

Me he reido a mandibula batiente!
Me encanta!
Lástima que a veces la realidad supere la ficción.

Besotes,

Sun

L.N.J. dijo...

Hola encanto.

Mi D.N.I. está caducado, esta mañana fuí y me han dado la cita para dentro de dos meses. Para no esperar tanto fuí a otro lugar donde se sacaba en el día, había 80personas delante mía.
!Ja!, me fuí, no quería que me caducadara justo al tiempo de sacarmelo.


Ahí va :



Un ingeniero, un contable, un químico, un informático y un funcionario se vanaglorian por tener cada uno un perro maravilloso.
El ingeniero llama a su can:
- ¡Raíz Cuadrada, enséñanos tu talento!
La perra avanza hasta una pizarra y dibuja rápidamente un cuadrado, un círculo y un triángulo.
El contable dice a su perro: - ¡Balance, enséñanos lo que puedes hacer!
El perro va hasta la cocina, y vuelve con una docena de galletas, y las apila en 3 montones iguales de 4 galletas.
El químico dice que su perro puede hacerlo mejor:
- ¡Termómetro, haz tu número!
El perro abre la nevera, coge un litro de leche, va al armario a conseguir un vaso de 10 cl. y vierte exactamente 8 cl. en el vaso sin derramar una gota.
El informático piensa que se va a quedar con todos :
- ¡Disco duro, impresiónales! El perro se instala delante del ordenador, lo arranca, inicia el programa antivirus, envía un mail e instala un nuevo juego.
Los 4 hombres se vuelven hacia el funcionario y le preguntan:
- ¿Y tu perro, qué puede hacer?
- ¡Cafelito, enséñanos los talentos del funcionariado!
El perro se levanta, hace un crucigrama en la pizarra, se come las galletas, se bebe la leche, juega un solitario en el ordenador, se monta a la perra del ingeniero y simula haberse lesionado la espalda en la labor, por lo que rellena un formulario de accidente laboral y coge una baja de seis meses.


Besos cielo.

Paco dijo...

El relato me lo leeré con más calma.

Pero al leer el chiste de Lou, me he desternillado de risa, tanto... que lo voy a colgar en mi oficina con grandes letras, para disfrute del personal.

Mi opinión personal es que en todas partes cuecen habas, pero y siempre hay un pero. Fuí durante un año funcionario de un ayuntamiento y puedo dar fé de personas que se dedicaban en cuerpo y alma a su trabajo y de otros que solo aparecian por su mesa para leer el periódico y tomar el café. Eso si....
sin perro.

Un abrazo