jueves, 19 de febrero de 2009

Crisis de Pánico



Era un 11 de noviembre de ya no recuerdo el año (por fin logré olvidarlo). Me acosté como tantos otros días después de cenar un plato de arroz blanco y unas croquetas de jamón. Había compartido la habitación con mi hermana durante 18 años pero se había casado hacía poco y yo me sentía terriblemente sola. En casa todo había girado siempre en torno de ella y cuando marchó, el vacío ocupaba gran parte de la estancia.

Pero sigamos con el relato. A medianoche me desperté atemorizada porque había sentido un calambre, nunca antes percibido, que me subía desde el estómago hasta la cabeza; creí morir y grité para que alguien me ayudara. Mi madre dijo que había sido un mal sueño y me dio un vaso de leche caliente para que conciliara el sueño pronto.

No recuerdo si dormí o no, pero aquello fue el inicio de una pesadilla que duró alrededor de 2 meses. En ese tiempo temía dormirme porque estaba convencida que jamás despertaría, incorporé una serie de “rituales” en mi comportamiento diario, visité todos los especialistas en medicina posibles y un sinfín de “estupideces” por llamar de algún modo a la conducta de entonces.

Mi miedo principal era la muerte, me deprimía pensando en que ya habían terminado mis días de existencia, pero contrariamente cada día volvía a despertar. Tenía pánico a ir sola por la calle porque podía desvanecerme y el hecho de encontrarme sola en esa situación me aterraba. Cuando andaba por la calle continuamente estaba inmersa en mis pensamientos temerarios para estar alerta por si ocurría lo fatídico. Total, parecía que fuera “flotando” e inclusive mis sensaciones y percepciones estaban alteradas porque por ejemplo el suelo parecía moverse a cada paso que yo daba. Sentía lástima de mi misma y siempre estaba en estado de “alerta” lo cual no permitía que me relajase con nada.

Después de acudir a Urgencias en dos ocasiones y a visitar tanto al especialista de la vista, como al del oído o corazón y comprobar que realmente no tenía nada físico comencé a entender que todo aquello era psicológico. Qué casualidad, pensé, yo una estudiante de segundo de Psicología, me encuentro inmersa en mi propio trastorno y no tengo ni idea de cómo solucionarlo. Ello me deprimía cada vez más.

Por aquel entonces asistía asimismo a un curso de Psicoterapia infantil de tendencia psicoanalítica en un céntrico barrio de Barcelona dos veces por semana. Cada vez que tenía que coger la moto para asistir al curso era un infierno para mí. Recuerdo que el curso se hacía en un entresuelo y el simple hecho de subir los escasos peldaños que separarían el portal del piso disparaban mi corazón haciéndolo latir desmesuradamente. No parecía estar nunca tranquila, mi primer pensamiento al despertar era siempre referente a mi estado. Quería escapar, huir, pero ¿de quién? Era de mí de quién quería huir, de mis pensamientos que parecían interrumpir continuamente y estar fuera de mi control. No me atrevía a ir a ver a ningún psicólogo porque ¡yo casi lo era!!! Y qué pensaría de mí.

Me quedé en nada, siempre concentrada en mi propio ser, amargando la existencia de los que me rodeaban, esperando y esperando,... Pero mi madre que no soportaba que su hija, en quién ella había puesto todas sus esperanzas de realización personal, fracasara, tomó cartas en el asunto y empezó a hablarme, a reñirme, a “picarme” para hacerme despertar, salir al mundo y luchar con todas mis fuerzas. ¿Qué me impedía hacerlo? Yo misma y mis pensamientos negativos. ¿Porqué quería hacerme daño? Culpabilidad posiblemente.

El caso es que mi madre fue el detonante que me hizo salir del cascarón en el que me había aislado y una vez hubo en mi reacción, el conocimiento de otros plasmado en los libros de autoayuda y superación hizo el resto...

3 comentarios:

Tapioski dijo...

Esa sensación de ahogo, de busqueda de oxigeno, de llegar a tener la certeza de que es el ultimo aliento. Bufff! no sabes hasta que punto te entiendo. Pantera, gracias. Un abrazo.

M.A dijo...

No sé qué tienen las madres, ni de dónde sacan esa fuerza para llenar nuestros vacíos y acompañarnos en nuestros delirios.
Es cierto que somos pensamiento. "Tus pensamientos condicionan tus sentimientos".
Yo, a diario, trato de enjabonarlos. Lavo bien mis pensamientos cuando veo que se contaminan o se enturbian. A veces, incluso les echo unas gotitas de colonia para que huelan bien.
Hay que levantarse cada día con los pensamientos aseados.
Un beso sin manchas.
(Muy bueno tu post)

Paco dijo...

Es curioso como a veces un hecho aislado nos lleva a padecer una "crisis de pánico". ¿Porqué se produce?, ¿cual es el detonante?. Seguro que previo a ello se ha estado desarrollando en nuestra mente pero no nos hemos dado cuenta.

El caso es que cuando aparece y no somos capaces de controlarlo. ¿Porque no podemos hacerlo?.

El pensamiento es muy poderoso, lo sé por experiencia propia. Podemos hacernos mucho daño o hacernos mucho bien. Todo depende de como lo utilicemos.

Como dice Mercedes, levántemonos cada día con los pensamientos "aseados" y perfumados.

Un beso terapeútico