lunes, 18 de octubre de 2010

Mujeres Maltratadas



Episodio 1: MARÍA

Los rayos de sol alumbraban la estancia a través de la pequeña y descolorida ventana. María estaba sentada en la cocina con una taza de café y un cigarrillo; reflexionaba en qué se había convertido su vida. Marcos y Ana, sus hijos, estaban de colonias, esa misma tarde regresaban, y Lucas, su marido, todavía no había vuelto del turno de noche en la fábrica de metales. Por suerte, hoy los chicos no asistirían a otra de las habituales peleas y no llorarían en silencio por el sufrimiento de mamá.
Día tras día Lucas llegaba a casa malhumorado, cansado y la tomaba con María. Ella trataba de no hacerle enfadar y no imponer queja alguna que pudiera hacer estallar la bronca entre ellos, pero, hiciera lo que hiciera, Lucas buscaba siempre la manera de justificar su agresividad y en consecuencia sus golpes. Cualquier minucia como una mota de polvo apreciada o una zapatilla fuera de su sitio era motivo suficiente para atestarle el primer golpe, y, tras éste venía la paliza, paliza a la que María ya se había acostumbrado.
Ese comportamiento de Lucas se daba prácticamente desde el principio de su unión aunque ella siempre creía que ocurría porque él era extremadamente celoso. De hecho, en los primeros años de matrimonio ya se producían episodios de violencia doméstica. Si, por ejemplo, cuando Lucas llegaba a casa encontraba a María en la escalera conversando con algún vecino varón, lo primero que hacía al entrar en casa (no antes porque sabía guardar discreción) era abofetearla por desvergonzada. A ella eso no le ofendía, al contrario, creía que así debía comportarse un hombre que amara a una mujer. Pero el paso de los años y el estancamiento laboral habían acusado esos encuentros haciéndolos cada vez más intensos y violentos.
Lo que en un principio podían considerarse bofetadas que pocos moratones dejaban, en la actualidad María sufría peleas casi a diario de las que salía fuertemente magullada.
Ella justificaba la actitud de Lucas diciendo que así era su hombre, con carácter, y porque tras la pelea, tarde o temprano, recibía alguna muestra de cariño, por pequeña que fuera.
La verdad es que nunca había sido excesivamente cariñoso, inclusive su aspecto duro y distante no parecían demasiado apropiados para ofrecer muestras de amor, pero María conservaba aún algún que otro buen recuerdo de los 3 primeros años de unión.
Lo conoció en un baile al que asistió con una amiga un domingo del mes de abril. Lucas se le acercó para pedirle que bailara con ella y desde ese momento ya no dejaron de verse. Llevaba un traje gris algo gastado por el paso del tiempo pero que le resaltaba sus rasgados ojos negros. Su pelo, peinado hacia atrás, acumulaba bastante gomina para disimular sus afianzados rizos de color castaño.
Le pareció apuesto desde el mismo instante en que le vio a pesar de los consejos de su amiga indicándole la fama de mujeriego que tenía. Consuelo ya había sido víctima de esos penetrantes ojos negros y sentía recelo de que María obtuviera la misma fortuna.
Bailaron hasta bien entrada la noche y al acompañarla a la pensión donde vivía, la besó ardientemente en los labios. María se sintió frágil a la vez que poseída por la fortaleza de ese hombre que le había arrancado su primer beso. Fuertemente atraída por él volvió a citarse la siguiente tarde a la salida de la fábrica de telares en la que trabajaba. Lucas plantado en la puerta la esperaba vestido con una cazadora de cuero negra y unos pantalones blancos de pinzas. Realmente parecía un completo gigoló pero a pesar de ello y de los comentarios o referencias que tenía, María quedó perdidamente enamorada de él. En este segundo encuentro Lucas la rozó con un beso en la mejilla y la cogió fuertemente de la mano para así juntos caminar hasta un local donde todo el mundo parecía conocerlo. Tomaron un refresco y charlaron.
María recordaba vagamente ese día puesto que ocurrieron cosas algo contradictorias, si ahora lo pensaba:

“En ese mismo local hubo un incidente con el chico que nos trajo las bebidas. Al acercarse a mí me susurró al oído que tuviera cuidado con mi acompañante, que ya era la tercera o cuarta mujer a la que invitaba y, todas, tras esa cita, huían de su lado como si miedo le tuvieran.
La verdad es que lo comentó de forma simpática y para nada grosera, pero Lucas no así se lo tomó y se levantó y lo cercó hacia una esquina donde lo amenazó discretamente para no dar la nota en el lugar, pero con una intensa ira en su mirada. Tras ello se acercó nuevamente a mí y me tomó la mano para así irnos del local al que acusó de poco elegante para una “damisela como tú”; sí, esas fueron exactamente las palabras.
Tras ese incidente no volvimos a pisar el lugar, bueno al menos juntos, porque al cabo de poco menos de una semana acudí con una amiga porque sentía interés en conocer la verdad de esas palabras pronunciadas por el camarero. No estaba allí, pregunté por él y me dijeron que estaba enfermo. Nunca más lo volví a ver.”

Ahora pienso que quizás esa misma noche, una vez me hubo dejado en la pensión donde me hospedaba, regresó y terminó aquello que mi presencia importunó.
Lo cierto es que los hechos siguientes fueron tan maravillosos que en poco menos de un año nos casamos.
Realmente Lucas se había vuelto más agrio y grosero desde el nacimiento de Ana, la hija pequeña, y el cierre de la fábrica en la que estaba. El dinero siempre faltaba en casa y, probablemente pensaría que justo se había quedado sin empleo en el peor de los momentos, con una boca más por alimentar.
Esa época, recordaba María, fue la más dura de su relación. Lucas se tiró mucho a la bebida y regresaba a menudo borracho despertando a la pequeña con sus gritos y palizas. Marcos, el mayor, se tapaba los oídos con sus manitas y se sentaba en el suelo en un rincón de su habitación. Lucas jamás le puso la mano encima, ni a él ni a Ana, sólo tenía coraje para golpearme a mí.

Por suerte esa fatídica época no duró demasiado y el paso del tiempo la ha suavizado en el recuerdo.

Lucas pronto encontró un nuevo trabajo y aunque el salario no era suficiente y tenia que echar horas en un pequeño taller para complementar el sueldo, lo cual le predisponía al malhumor, el abuso de alcohol se había moderado y ello facilitaba la convivencia.
La verdad es que la relación entre la pareja estaba cada vez más deteriorada. Los ánimos estaban siempre caldeados y María tenía bastante facilidad para embarazarse lo que provocaba mayor tensión en la relación.
Los tres abortos provocados le taponaron su fertilidad relajando los problemas de nuevos embarazos por un tiempo. Lucas era un hombre potente y con muchas necesidades y María tenía que estar siempre a punto para satisfacerle. El placer de ella nunca contó ni tampoco le importó al hombre cómo se lo hacía María para evitar un embarazo.
Mientras los niños fueron pequeños ella tuvo que cuidar de ellos y de la casa y fue Lucas quien trabajaba para mantenerlos.

El estrés por la cantidad de horas echadas y la rutina a la que se vio inmerso agravarían su agresividad.

Mientras se encontraba inmersa en sus reflexiones, la puerta se abrió y un ojeroso y sucio Lucas apareció. María se levantó sobresaltada de la silla en la que se hallaba porque sabía que se avecinaba la tormenta.

Continuará...

2 comentarios:

Celia Álvarez Fresno dijo...

Ufffffff! Qué triste. Qué agonizante es la historia.
La verdad es que vengo del relato de Maria José, que también se las trae, y yo que hoy, estoy un poquito "muustia", no sé... pondré música hoara mismo, por eso de equilibrar.
Muy buena que será tu Novela, querida amiga.
Mi Novela, aún está... por BCN, como tú.
Espero que pronto esté acabada y lo diré por megafonía.
Un beso gordo.

mar... dijo...

Que pena que algunos sean capaces de justificar ese tipo de comportamientos en nombre del amor.
Imagino que son los rescoldos de una sociedad en la que se practicaba eso de "quien bien te quiere te hará llorar" e incluso se lo creian, creo que eso va desapareciendo aunque no todo lo que debería
Un beso de Mar