martes, 22 de diciembre de 2009

Desde mi corazón





Laura reflexionaba sobre los acontecimientos de ese día mientras conducía por aquella carretera que tantas veces recorrería. La mañana había transcurrido sin numerosos desasosiegos salvo por el maldito temporal que acechaba el cielo sin detenerse en contemplaciones. El sol tímidamente se dejaría ver temprano para a media mañana esconderse tras los malhumorados nubarrones que presagiaban intensa lluvia.

Aquel día, Laura tenía planeado recorrer cerca de 70 kilómetros para comer con sus padres, a quienes tenía algo olvidados. Nunca quiso obligaciones y desde jovencita sintió que tenía que alejarse de ellos, como si la cercanía le produjera malestar.
Muchas veces analizaba su aparente frialdad ante el supuesto lógico vínculo familiar, que nuestra sociedad impone y siempre concluía que ella era "rara" porque no los necesitaba ni sentía la preocupación por saber de ellos.
Antes de este último año, era su madre la que la llamaba para saber de Laura. Eso a ella la agobiaba porque necesitaba escapar a su "supuesto control". Ahora las cosas habían cambiado mucho desde su enfermedad... aunque el escaso vínculo para con ellos seguía existiendo como antaño.
Hacía poco menos de un año que a su madre le habían diagnosticado un cáncer y Laura sentía que tenia que preocuparse más por ella. Al principio estuvo a su lado, sobretodo porque veía a su padre cansado y temeroso por la posibilidad de perderla pero también porque creía que quizás ahora podrían estar más cercanas madre e hija. Desde luego, Laura, fiel seguidora de la teoría que todo sucede por alguna razón, pensaba que el cáncer cumplía una función en su madre, avisarla que tenía que vivir más en el presente y pensar más en ella y no tanto en las autoobligaciones que se habia impuesto a lo largo de sus 70 años.
Pero fuera o no fuera cierta esa funcionalidad, lo que ahora Laura tenia claro es que en cualquier caso su madre no había entendido nada y aunque días atrás se lamentara de que así fuera, ahora, con otra perspectiva, se compadecía con cariño de su madre. Sucede a veces que desde fuera contemplamos estupendamente determinada escena, pero precisamente, necesitamos salirnos para verlo claro. No hay que juzgar, simplemente hay que ponerse en el lugar de la otra persona, siendo ella con sus creencias, con sus valores, para entenderla.
Hoy, sin ir más lejos, cuando Laura le dijo "Tú tienes el poder para luchar contra esta enfermedad" a lo que su madre respondió "Díme donde está ese poder que yo no lo sé ver", ella supo comprender que esas palabras tan lógicas en su mente eran un puro galimatías para su madre. La decepción de antaño pasó a comprensión actual. Hay que entender y compadecerse de aquel que no está en disposición de aceptar ese conocimiento.

Laura sonreía feliz al recordar el rostro de su abuela cuando la había visto aparecer por su habitación en la residencia que ocupaba desde ya hacía... ¿tres años? Curioso el dato porque precisamente Laura fue quien consiguió esa plaza pero nunca la habia ido a visitar allí. En estos últimos tres años, la habría visto a lo sumo cuatro veces; la última, la recordaría claramente su abuela, "el 4 de noviembre de 2008" le había dicho, sin que su tono de voz reflejara crítica o reproche alguno. Laura no sabía porque motivo había elegido el dia de hoy para verla,... quizás sentía que el recuerdo de su rostro se desdibujaba y necesitaba volver a contornearlo antes que fuera demasiado tarde. Estaba claro que habia valido la pena, la sensación de satisfacción que le transmitiría su abuela y de paz, sobretodo de paz, como si interiormente una voz le susurrara al oído "Ahora ya puedo morir".
Esos escasos quince minutos en esa habitación se sentían eternos para Laura por la plenitud que la experiencia le aportaría. La conversación mantenida con aquella mujer de 93 años, tan lúcida, recordando aquellas personas importantes para Laura, su tranquilidad, su sosiego, su cercanía, su comprensión, la calidez de sus frágiles manos,...

Mientras se acercaba a la urbanización donde residía, transcurridos los 70 kilómetros que distaban de la ciudad, Laura agradeció ese día, en el que a pesar de no contemplar apenas el sol, las pequeñas nebulosas que entorpecían a menudo su mente desaparecerían dando paso a una sensación de bienestar que eclipsaría cualquier duda o temor. Una sonrisa de comprensión iluminaría su rostro entendiendo ahora aquella frase que así reza: "La vida tiene pequeños milagros en las cosas más insignificantes, sólo hay que atreverse a observar y contagiarse del milagro"