domingo, 3 de mayo de 2009

El sentido de vivir




Se encontraban madre e hija en la habitación de la clínica donde apenas unas horas antes, la primera de ellas era operada. El padre, nervioso y asustado todavía, daba vueltas por el edificio, sin saber demasiado como ayudar, en una situación totalmente nueva para él. La vida, en pocos días, daría un giro a esa familia. Siempre preocupados por otros. Padres ancianos, hijas infelices y poco ávidas de recursos. Ahora deberían empezar a ocuparse de ellos, o más concretamente, de ella. La madre, mujer de unos 70 y pocos años, diagnosticada escasos días antes de un cáncer de mama, tan frecuente en nuestros tiempos pero tan poco asumido en una familia que jamás había sufrido ningún caso.

Vecinas de su edificio, aquellas con las que compartiría la ilusión de un nuevo comienzo, fueron tratadas por ese mismo motivo, años antes, pero esa mujer nunca llegó a pensar que a ella podía ocurrirle semejante infortunio.

La hija mayor, al saber la trágica noticia, se preocupaba por la posibilidad de que le quedara pelo a su madre tras la quimioterapia, asegurada en estos casos. La consolaba diciéndole que en algunos casos el pelo no cae. La hija pequeña, siempre más evolucionada, no por razón de estudios, lamentaba pertenecer a esa familia que parecía no entender el valor de la vida. Tras su separación se desplazó a una ciudad distinta y mantuvo casi exclusivamente un contacto telefónico para evadirse del control que pretendían tener con los miembros del clan familiar.
Se cansaría de pelear, de ser etiquetada como rebelde, como tonta por pensar más con el corazón que con la cabeza y quería vivir como sus sentidos así le dictaran.

El padre, un hombre de 75 años, dependiente por completo de su esposa, fiel a ella en toda la extensión de la palabra. Se descomponía por dentro pensando en un futuro incierto. Pero sólo era un diagnóstico.

Aquella mujer se operó a tiempo. Salió con buen pronóstico de la clínica pero alguna cosa cambió en su interior.

El destino le ofrecía un respiro además de darle un pequeño aviso, para que se tomara las cosas con más acierto. Tenía que aprender más a escuchar aquellas señales que se le mostraban en su camino. Reconocería tras ese suceso, que en la vida nada ocurre por casualidad, todo tiene una razón de ser. No volvería a repetir esa frase tan común en ella: “Voy pasando...”. Porque por la vida no se pasa, se vive, se siente, se aprende y sobretodo, se disfruta de este paseo terrenal.

8 comentarios:

Celia Álvarez Fresno dijo...

Hola Pantera. Me encanta volver a leerte ya que, últimamente no te prodigas mucho por aquí.
La historia que narras, es muy común -quiero decir la historia, no lo bien narrada que está-.
Sí. Pienso que la vida está llena de señales y situaciones de las que tenemos que aprender. Estamos en el camino de la evolución y todo es por algo.
Seguro que para la protagonista de tu relato habrá un antes y un después. Será más receptiva, y tal vez aprenda a aprovechar las pequeñas cosas que se encuentra en el camino. Esas que nos aportan tanta felicidad sin darnos apenas cuenta.
Un abrazo muy fuerte.

Carmina dijo...

me suenan demasiadas cosas de este relato... hay muchos padres como ellos, y muchas hijas preocupadas por lo superficial, al mismo tiempo que hay otras consideradas como rebeldes porque escapan a esa vigilancia ferrea y quieren vivir su vida a su manera... siempre hay un antes y un despues en situaciones como estas, quizas lo toman como una oportunidad para hacer lo que hasta ahora ni se habian planteado... me gusta la ulima frase, la vida no se pasa, se vive, se siente, se aprende y sobretodo, se disfruta de ese paso terrenal... muy bien narrado

MiLaGroS dijo...

Buena reflexión pero cada una hace lo que puede y hay etapas en que la vida sólo es ir pasando. Aunque sepamos que hay que disfrutar el momento y así lo digan los sicólogos . La teoría es una cosay la practica es otra. No siempre estamos perdispuestas a disfrutar,la mente es una gran desconocida. Cada una o uno , me da igual hacemos lo que podemos en la circunstancia que podemos. pero bueno es oirlo para recordar que debemos ser felices como meta a conseguir. Un abrazo

XoseAntón dijo...

No podemos vivir la vida de los demás, ni descuidar la nuestra, eso se aprende con el paso del tiempo, antes o después, pero inevitable. Extraordinariamente cotidiano y real, un buen ejercicio, Pantera.

Te eché de menos en el viaje, pero alegra leerte aunque sea al bajar del bus.

Bikiños

Anónimo dijo...

Hola Pantera,

"por la vida no se pasa, se vive"

esta frase me ha encantado, tiene mucho mensaje y bien directo, nada de sutilezas.

Un saludo!

milagros dijo...

En teoría todo suena muy bien, pero en la práctica todo es distinto, al menos para mí. ¡Cuántas veces me habré repetido ciertas sabias advertencias haciendo caso omiso!
Es cierto que una persona que pasa por la vivencia de tu personaje del relato la vida le cambia por completo el sentido, y lo digo por experiencia (mi madre con 69 años tuvo un cancer de mama, que desgraciadamente cinco años más tarde no pudo superar).
Un buena reflexión.
Un saludo.

Mimí- Ana Rico dijo...

Esto puede valer para un caso práctico de psicología, jeje.
Me ha gustado la forma de mostrar, pero quizá el culmen sería una implicación personal en la historia de la narradora, supondría un plus para el relato.

Aún así:
Chapeaux!

L.N.J. dijo...

Hola Pantera, una historia más, que puede parecer diferente pero se vive día a día ; tienes una sencillez exquisita narrando historias reales.
Por aquí tenemos costumbres de decir :" voy tirando ..."-

Y tampoco está muy bien la expresión que digamos, no son tiempos de tirar nada.

Pantera, un beso, que te llegue fuerte.