Hace muchos años vivía en una humilde cabaña un anciano cuyo nombre era Izi. Aquel hombre sentía que ya nada era lo mismo sin su adorada Sabina, fallecida hacia poco menos de un año. Cada día transcurría del mismo modo y Izi sentía que con cada amanecer desaparecía un poquito de su vida. Languidecía lentamente recordando aquellos apasionados momentos junto a Sabina. Ya nada iba a ser lo mismo, se repetía una y otra vez. ¿Por qué tuvo que perecer antes que yo? ¿Por qué debo vivir? ¿No es pues la vida una elección? pues yo quisiera elegir morir por no vivir sin ella.
Entre lamento y lamento la vida de Izi iba transcurriendo hasta que un día soñó algo que le hizo reflexionar: en el sueño aparecía una reforzada muralla de piedra calcárea que protegía un maravilloso castillo; la muralla tenía una minúscula puertecilla por la que no habría hombre que pudiera pasar y tras la misma, un largo puente colgante cuyo final daba acceso al mencionado castillo. En ese punto del sueño Izi despertaba y al menos tardó una semana en volver a soñar lo mismo pero esta vez avanzando un poquito más la historia.
Al parecer en la entrada de esa minúscula puerta había un hombrecillo con una larga barba blanca y una gran pipa entre sus labios que parecía murmurar algunas palabras entrecordas, por el momento sin sentido para el viejo Izi. Al mismo tiempo la imagen del hombrecillo estaba como desdibujada, sin apreciarse claramente su rostro.
Los días ahora parecían transcurrir felizmente para el anciano, quien tenía algo distinto que pensar puesto que el sueño lo hacía reflexionar, preguntándose ¿qué sentido tenían esas imágenes que, noche tras noche se repetían, aportando más información y claridad conforme avanzaban las semanas?
Llegó el invierno y con él las primeras nevadas. Curiosamente el sueño seguía repitiéndose pero por algún motivo desconocido había algo cada vez más familiar en esas imágenes y el paisaje ahora también aparecía nevado. Hacía ya tiempo que el sueño se desvanecía al acercarse al rostro del hombrecillo, curioso ¿no?
Aquella fantástica noche de claro de luna fue diferente a las anteriores noches; ya ese día había transcurrido con ciertas directrices distintas: el cartero había entregado a Izi una misteriosa carta al parecer extraviada en el tiempo cuyo contenido confortaría gratamente a aquel hombre. La carta era de Sabina, probablemente escrita en su juventud y tenia como destinatario a cualquiera de ellos, Izi o la misma Sabina y en ella se relataba con suma precisión el lugar exacto donde se encontraba ubicado un tesoro ancestral. Lo mágico de ese hecho es que el tesoro no era un bien material sino una vivencia, algo enriquecedor hasta tal punto que haría felices a los más desdichados. La clave para acceder al mismo estaba en el sueño repetido de Izi. ¡Vaya! Se dijo asimismo el anciano, ¿para qué tengo que ser feliz ahora que ya no te tengo Sabina? ¿Qué sentido tiene todo esto que me está sucediendo?
Esa misma noche, la de claro de luna, Izi lo descubrió… La imagen de la muralla se le acercó, rompiéndose el muro en mil pedazos, la puertecilla esta vez apareció mucho más grande a sus ojos y el rostro del hombrecillo por fin se vio con claridad. No cabía duda ¡era él mismo! Ahora sí supo leer lo que sus labios decían: La felicidad está dentro de ti, aún tienes mucho que aprender en esta vida, no te permitas languidecer, Sabina no lo querría. El reto está en aprender a vivir sin ella y puedes hacerlo!
La siguiente mañana amaneció como otros tantos días pero algo en el interior de Izi era distinto, había cambiado; ahora sí tenía ganas de vivir, ganas de sentir, de enriquecerse con cada nuevo amanecer porque la felicidad la construyes tú mismo y sólo, si tú quieres, podrás ser feliz.
Izi aquella nueva mañana así lo había decidido.
Entre lamento y lamento la vida de Izi iba transcurriendo hasta que un día soñó algo que le hizo reflexionar: en el sueño aparecía una reforzada muralla de piedra calcárea que protegía un maravilloso castillo; la muralla tenía una minúscula puertecilla por la que no habría hombre que pudiera pasar y tras la misma, un largo puente colgante cuyo final daba acceso al mencionado castillo. En ese punto del sueño Izi despertaba y al menos tardó una semana en volver a soñar lo mismo pero esta vez avanzando un poquito más la historia.
Al parecer en la entrada de esa minúscula puerta había un hombrecillo con una larga barba blanca y una gran pipa entre sus labios que parecía murmurar algunas palabras entrecordas, por el momento sin sentido para el viejo Izi. Al mismo tiempo la imagen del hombrecillo estaba como desdibujada, sin apreciarse claramente su rostro.
Los días ahora parecían transcurrir felizmente para el anciano, quien tenía algo distinto que pensar puesto que el sueño lo hacía reflexionar, preguntándose ¿qué sentido tenían esas imágenes que, noche tras noche se repetían, aportando más información y claridad conforme avanzaban las semanas?
Llegó el invierno y con él las primeras nevadas. Curiosamente el sueño seguía repitiéndose pero por algún motivo desconocido había algo cada vez más familiar en esas imágenes y el paisaje ahora también aparecía nevado. Hacía ya tiempo que el sueño se desvanecía al acercarse al rostro del hombrecillo, curioso ¿no?
Aquella fantástica noche de claro de luna fue diferente a las anteriores noches; ya ese día había transcurrido con ciertas directrices distintas: el cartero había entregado a Izi una misteriosa carta al parecer extraviada en el tiempo cuyo contenido confortaría gratamente a aquel hombre. La carta era de Sabina, probablemente escrita en su juventud y tenia como destinatario a cualquiera de ellos, Izi o la misma Sabina y en ella se relataba con suma precisión el lugar exacto donde se encontraba ubicado un tesoro ancestral. Lo mágico de ese hecho es que el tesoro no era un bien material sino una vivencia, algo enriquecedor hasta tal punto que haría felices a los más desdichados. La clave para acceder al mismo estaba en el sueño repetido de Izi. ¡Vaya! Se dijo asimismo el anciano, ¿para qué tengo que ser feliz ahora que ya no te tengo Sabina? ¿Qué sentido tiene todo esto que me está sucediendo?
Esa misma noche, la de claro de luna, Izi lo descubrió… La imagen de la muralla se le acercó, rompiéndose el muro en mil pedazos, la puertecilla esta vez apareció mucho más grande a sus ojos y el rostro del hombrecillo por fin se vio con claridad. No cabía duda ¡era él mismo! Ahora sí supo leer lo que sus labios decían: La felicidad está dentro de ti, aún tienes mucho que aprender en esta vida, no te permitas languidecer, Sabina no lo querría. El reto está en aprender a vivir sin ella y puedes hacerlo!
La siguiente mañana amaneció como otros tantos días pero algo en el interior de Izi era distinto, había cambiado; ahora sí tenía ganas de vivir, ganas de sentir, de enriquecerse con cada nuevo amanecer porque la felicidad la construyes tú mismo y sólo, si tú quieres, podrás ser feliz.
Izi aquella nueva mañana así lo había decidido.
5 comentarios:
Precioso cuento Pantera y que razón es que la felicidad la tenemos que encontrar nosotros mismos, lástima que algunas veces se nos haga tan difícil salir en su busqueda, pero tarde o temprano la necesidad de sentirla hará que salgamos de nuesto cascarón para encontrarla y entonces la apreciaremos mucho más por todo el esfuerzo que nos ha costado conseguirla.
Un beso.
Precioso y alegórico cuento.
La felicidad aunque parezca increible la hemos de encontrar dentro de nosotros. Si esperamos a que nos llegue desde fuera probablemente lo hagamos toda la vida sin encontrarla.
Sé feliz...
Un beso
Hola, Pantera.
Me ha gustado mucho tu cuento-reflexión. Y conocerte a través de esas fotos.
Muchas gracias por los comentarios que has dejado en mi blog.Yo ya siento que somos amigas, así es que, te mando un beso y sigo aprendiendo de esos cuentos que tan maravillosamente narras.
Una enseñanza que nos pone en guardia respecto a cuando asociamos nuestra propia felidad a la dependencia de otros. Estoy seguro que al descubrir que su felicidad estaba en él, le ayudaría a sentirse mucho mejor y con más fuerzas para quererse y querar a Sabina.
Bikiños
Gracias amigos por vuestros comentarios. Habitualmente escribo artículos y éste creo que ha sido uno de mis primeros cuentos (solía hacerlos de adolescente cuando mi profesión iba a ser la de periodista en vez de psicóloga). De vez en cuando me siento inspirada y me apetece dejarlo ir a través de palabras. Supongo que disto mucho de saber escribir (aprendiz de escritor como dice Paco) pero a mí me vale y con vuestros comentarios mi autoestima se queda muy arriba. Muchas gracias de nuevo por estar ahí, Mar, Paco, Mercedes (también te siento amiga) y Xosé Antón.
Una pizca muy grande de felicidad para todos vosotros!
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