Un día más como cualquier otro tomo el tren para dirigirme al hospital; cientos y cientos de personas deambulan por los corredores el transporte adecuado que les acercará a sus lugares de trabajo.
Como siempre, el vagón está lleno y debo hacer el trayecto de pie. Me apoyo en la barra metálica mientras contemplo lo que hacen las personas que tengo frente a mi. Curiosamente todos tienen un ejemplar del periódico en sus manos. De repente suena una extraña música; es un móvil. Leo la portada del diario: “Una mujer ha muerto acuchillada por su ex - marido ante la mirada atónita de sus hijos de 4 y 7 años” Mi cuerpo se estremece como si fuera una noticia nunca antes vista pero la cruda realidad es que esos acontecimientos suceden día tras día. La violencia está en la vanguardia de nuestras vidas.
Tomo el enlace de metro y mientras subo por la escalerilla mecánica me doy cuenta que varios transeúntes han encendido un cigarrillo. Nadie respeta las reglas ni siquiera en bien a la salud. Paso como puedo entre la humareda y tomo finalmente mi último transporte. Gente apelotonada, olores desagradables, pero por suerte en menos de un minuto me planto en mi parada.
Mi excursión por fin me da una tregua. Salgo al exterior y respiro, aunque sea el humo de los coches y las motos que recorren la congestionada ciudad. El hombre creó el mundo y ahora lo está destruyendo, ¡qué paradoja!
Ando unos metros y llego al hospital. Un ascensor no funciona y la perspectiva de subir a pie los ocho pisos que me separan de mi destino no me atrae en absoluto. Una larga cola de gente de todas las edades espera que la puerta del otro ascensor se abra para subirse en él. Decido unirme a ellos, porque las cosas tienen que tomarse con calma.
Me encuentro en el interior del ascensor, se abre la puerta en cada piso y nadie entra pero algunos van saliendo. El edificio tiene 10 pisos. Me bajo en el octavo.
La sala sigue como el jueves anterior, el mismo característico olor, la misma oscuridad. Dos enfermeras están hablando en el despacho central de control. Las luces de la habitación 810 están parpadeando pero ellas siguen hablando. Quizás alguien tiene una urgencia, necesita una atención o simplemente se está muriendo. Nada merece la pena, es lunes por la mañana y tienen que contarse sus anécdotas del fin de semana. En definitiva, ser enfermera es solo un trabajo más, pasar las horas de tu turno y cobrar al final del mes. Poco importa quien habita en esas habitaciones, si entran hoy o salen mañana, si se sienten solos o simplemente tristes por su propia impotencia.
Recorro el pasillo por entero mientras mi mente vaga en esos pensamientos. La luz sigue parpadeando y me introduzco en mi destino, la habitación donde se halla ingresada mi abuela. En un primer momento no me reconoce pero en cuanto me acerco sonríe con cariño por mi compañía. Todavía sigue en la cama, aún no la han aseado y pasan de las 9:30 horas. Ha desayunado ella solita pero sigue tan o más deprimida que el pasado jueves.
Al rato entran dos enfermeras y me hacen salir de la habitación para poder limpiarla sin “mirones”. El orgullo de mi abuela ha desparecido. Ahora no puede casi valerse por sí misma pero sigue intentando sentirse persona. Una vez limpia siente que tiene necesidades y poco le gusta actuar como un bebé que se lo hace todo encima y mucho menos molestar a “las trabajadoras”. Usamos el caminador y agarrándose a mí alcanza el retrete. Sé que quiere intimidad y la dejo mientras la oigo lamentarse de no ser autosuficiente. Es el grito apagado de quien un día tuvo infancia, creció y ahora se siente envejecer perdiendo la dignidad del propio pudor.
Me siento útil y esa sensación agradable se transforma cuando me pongo en su propia piel y lloro en mis adentros porque sé que esa no es la mejor manera de vivir.
Trato de hacerla reír, de hacerle partícipe de mis cosas para que sienta que puedo valorar su opinión, que no es un saco de huesos que nada tiene ya que decir, porque ella no es solo historia sino mi abuela...
Un ser importante que tiene un lugar privilegiado en mi corazón.
7 comentarios:
Hola Pantera. Esta mañana he intentado como quince veces comentarte esta hermosura de homenaje que haces a tu abuela, pero los duendes de Google tenían ganas de jugar.
También tengo a la mía desde enero ingresada, apagándose lentamente. Consumiendo su vida como la cera de una vela. Es muy triste lo irónica que puede ser la vida.
Un abrazo
(espero que ahora si funcione esto)
Un bello homenaje a esa persona que se quiere y que ha pasado toda su vida queriendo primero a sus hijos, después a sus nietos.
Cuando nos hacemos mayores acabamos muchas estando solos. La compañía de las personas allegadas es muy importante. Eso seguro que tu abuela lo apreciará...
Un beso privilegiado para ti
Un relato excepcional por todo; por los detalles, por las observaciones y sobre todo en el hospital los comentarios de las enfermeras. Trabajé de Auxiliar durante tres años en hospitales y lo dejé. Si no pude continuar fue porque me hacía amigo de personas que luego se morían, literalmente, en mis brazos, y además acabé por descubrir que esa no era mi verdadera inclinación. Una cosa es cierta. Vi muchas enfermeras y médicos sin corazón por allí, pero también me encontré con excelentes personas que amaban su trabajo por encima de todo y trataban a los enfermos con dignidad y cariño. En resumen, había un poco de todo. Y claro, también hospitales buenos y malos. Lo que le sucede a tu abuela es un trance que tal vez tengamos que atravesar nosotros (en el supuesto de que lleguemos a su edad): la vejez. A nosotros también nos sucederá. Y a ver quien ríe el último. Hay que ser honesto, serio y reconocer el gran valor de nuestros abuelos y padres. Que nosotros seamos "útiles" ahora, no quiere decir nada; ellos también lo fueron en su día. El ser mejor se hace a sí mismo, no nace. Excelente, repito. Un saludo.
Te escribí un comentario que no apareció. Bueno, sólo te decía que conozco esa mirada que va recorriendo el día y descubriendo alguna que otra injusticia o desaliño o falta de responsabilidad por parte de algunos colectivos demasiado acostumbrados a bregar con la enfermedad. Todos los días son nuevos y deberíamos acogerlos con la misma ilusión que un regalo. Claro que hay personas como las que describes que se mueven en la monotonía y para ellas una luz que parpadea es una luz que parpadea; sin más.
Un abrazo de complicidad.
Dios!
Como me has conmovido!
Me ponia en tu piel imaginando que la abuela del relato era la mia y...ufff, no quiero ni pensarlo.
Eres una maga provocando sensaciones, me encanta como escribes.
Un beso fuerte!
Pantera, he leido y releido tu relato varias veces con lágrimas en los ojos, en estos días hace un año que perdí a una tía muy especial para mí y me he sentido completamente identificada con la situación, fueron meses muy duros y todavía lo son cuando voy a ver a mi tío que está solo con sus recuerdos.
Con tu permiso volveré por aquí.
Un abrazo
Todos seguimos un ejemplo a imitar en la vida, por admiración, cariño y yo que sé cuántas cosas más; ese ser, al que más he querido, fue mi abuela. No te importe su cuerpo, empequeñecemos por fuera para agrandarnos por dentro.
Bikiños
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